26M: El mayor enemigo será nuestra abstención.

El calendario nos acerca inexorable a un 2019 al que llegamos inmersos en una importante campaña electoral. El próximo 26 de mayo decidiremos, juntos, la Europa que nos merecemos. A nadie se le escapa: si hasta ahora el partido de las elecciones europeas se jugaba en un debate entre izquierdas y derechas, en 2019 el dilema será optar por democracia o populismo. Entre las pulsiones euroescépticas y nacionalistas, que favorecen gobiernos cada vez más autoritarios y el convencimiento opuesto de que solo una Europa democrática, fuerte y unida podrá proteger a los ciudadanos de los efectos negativos de una globalización desordenada.

Echando la vista atrás a las turbulencias que hemos sufrido desde los últimos comicios europeos de 2014, todavía podemos respirar aliviados. Las peores amenazas no se han cumplido: la crisis económica ha disipado sus peores augurios y el crecimiento en países como España se está consolidando -aunque sea en términos macro y con la profunda cicatriz que nos deja una mayor desigualdad social-. El auge de ciertos movimientos nacionalistas y de extrema derecha en Europa siguen siendo una rotunda preocupación en Europa, pero las elecciones en Francia y Alemania reforzaron su vocación europeísta en un momento clave para la autoestima del proyecto europeo.

La bofetada del Brexit tampoco ha tenido el esperado efecto contagio, sino más bien un efecto vacuna en otros países de tentación euroescéptica. Hemos visto banderas azules en las ventanas, en las plazas. Quién nos iba a decir que la posible salida del Reino Unido funcionaría en cierto modo de pegamento para el resto de Europa. En el último Eurobarómetro publicado hace un par de días, sólo el 34% de los británicos encuestados volvería a votar en un referéndum para abandonar la UE, con un interesante 51% que votaría para quedarse. En el resto de países, los encuestados muestran una clara mayoría a favor de permanecer en la Unión, salvo en Italia (donde solo el 43% votaría para quedarse) y la República Checa (45%). Siete de cada diez españoles optaría por ello. Y la mejor de las noticias: un 68% de todos los europeos considera que pertenecer a la UE es positivo para su país, el nivel más alto desde la caída del muro de Berlín.

Con todo, llegamos al final de un año con muchos retos todavía por resolver en Europa y un clima electoral que poco tiene que ver con el de 2014: el auge de las noticias falsas o fake news que abonan las visiones más extremistas, la minada confianza en los medios de comunicación tradicionales y ciertos escándalos electorales en la era de las redes sociales, como el caso de Cambridge Analytica, o incluso la creciente desafección ciudadana hacia la clase política hoy (¡un 87% de españoles tiende a ‘no confiar’ en los partidos políticos según el mismo Eurobarómetro!).

El patio exterior no está mucho más calmado: Rusia, Libia, Turquía, Siria, la sorpresiva hostilidad del amigo americano. A las tensiones tradicionales económicas Norte-Sur le han sucedido en el último año las tensiones migratorias Este-Oeste. Y es en este clima donde toca negociar, contra-reloj si es que todavía se aspira a resolverlo antes de la próxima legislatura, las próximas perspectivas financieras -el presupuesto europeo para los primeros siete años sin Reino Unido.

Seis meses quedan, apenas, para las próximas elecciones europeas. Ojo, veréis que no hablo de ‘elecciones al Parlamento Europeo’, igual que las nacionales no lo son solo ‘al Congreso’. El término es importante nos referimos además a unos comicios donde los europeos están llamados a elegir al representante de su gobierno comunitario, eligiendo a un Presidente/a de la Comisión Europea. Muchos sospechamos que, en todo caso, el caballo de troya de los euroescépticos en la próxima legislatura no estará en la Eurocámara -que hoy cuenta con apenas el 20% de escaños, incluidos los del Reino Unido que no repetirá en las urnas-, si no en el Consejo europeo, colegislador que aún se maneja con la rigidez de la unanimidad en muchas votaciones y representado por varios gobiernos cada vez más autoritarios y alérgicos al consenso.

La opinión pública española ha avanzado mucho en estas tres décadas. Hemos pasado de un consenso permisivo sobre esa Europa lejana -que no entendíamos del todo, pero percibíamos como buena y a la que dejábamos hacer, para continuar inaugurando puentes y carreteras- a otra visión más madura, constructiva y crítica, en torno al proyecto de Europa que queremos construir. Falta, quizás, ese último salto para pasar de la certeza racional al sentimiento. De sabernos europeos a querernos europeos. Las instituciones de la UE hemos sido tan buenas siempre en la batalla de los datos, en los argumentos con cifras… quizás no tanto en trasladar la emoción que conlleva saberse en una Europa que protege. Agujero, éste, por el que se cuelan últimamente tantos expertos en azuzar miedos.

En países como el nuestro, cierto, lo tenemos más fácil: la cita electoral coincidirá en esta ocasión con las municipales. España continúa además liderando las encuestas con los ciudadanos más satisfechos por su pertenencia a la UE: Un 75% lo considera muy positivo. Según un estudio reciente de Elcano, los españoles miramos a Europa como aspiración para mejorar el nivel de vida, nuestros derechos, las oportunidades que queremos reforzar. Entre las prioridades que queremos ver en las agendas de los candidatos europeos -cito de nuevo nuestro Eurobarómetro-: economía y empleo (60%), gestión de la inmigración (52%), lucha contra el terrorismo (43%), refuerzo de los derechos humanos y la democracia (42%) o medidas para frenar el cambio climático (35%).

Por eso, creo de verdad que el principal reto para nuestras instituciones, para organizaciones como el Movimiento Europeo, será lograr que la gente de la calle entienda esto: que los ciudadanos se sientan involucrados, embajadores de esta idea, que comprendan de verdad la importancia de Europa en su día a día cotidiano y sientan la urgencia de estos comicios. Que vayan a votar. Y que lo hagan en clave europea, no nacional ni municipal.

Con esa intención hemos lanzado desde el Parlamento Europeo #Estavezvoto. Una campaña para que sea la gente la que llegue a otra gente. Para que esos ciudadanos convencidos de lo positivo que es pertenecer a la UE, que lo defienden en encuestas y a golpe de tuits, pero que luego no van a votar -los famosos lazy abstainers, que yo prefiero llamar nuestros europeístas de sofá- se animen, se empoderen y lleguen a convertirse, incluso, en embajadores protagonistas de la campaña, convenciendo a su círculo más próximo de amigos, compañeros y familiares de la relevancia de ir a votar.

Yo lo tengo claro: en el caso de España, el peor enemigo para Europa en las próximas elecciones no será -aún no- el populismo, ni los partidos extremistas: lo será nuestra abstención. Esa que practicamos con apatía en 2014 (donde solo el 43,8% acudió a las urnas, ¡27% si nos fijamos en los más jóvenes!). Esa que podría, en fin, condenar el proyecto europeo a su irrelevancia. Un proyecto que -pese a los posibles errores cometidos- ha sabido garantizar el mayor periodo de paz y estabilidad en la Europa de nuestra historia moderna.

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