Ha sido un gran acierto la decisión del jurado de la Academia de Yuste de conceder el Premio Europeo Carlos V a los itinerarios culturales del Consejo de Europa. Fue una iniciativa promovida en 1987 por el entonces Secretario General del Consejo de Europa Marcelino Oreja fomentar unas rutas culturales como instrumento para preservar y difundir el rico patrimonio cultural de Europa. Hasta ahora forman parte del programa 38 itinerarios certificados, el primero de los cuales es el Camino de Santiago.
El Camino de Santiago se ha convertido en este siglo en la ruta europea por antonomasia. Constituye un hecho singular y verdaderamente asombroso. Nadie podría haber vaticinado el éxito de las peregrinaciones a la tumba del Apóstol Santiago. Los datos son espectaculares. El número de peregrinos registrados en 2018 ha alcanzado la cifra de 327.000, 50.000 más que en el último Año Santo, acaecido en 2010. El fenómeno crece de año en año. Pero lo más importante de él es su dimensión europea. Cerca de la mitad de los peregrinos vienen ya de los distintos países europeos, siendo los italianos, franceses y alemanes los más numerosos. Los peregrinos españoles son ya minoría (un 44 por 100 del total). En Yuste se nos recordó que el año 2021 será Año Jacobeo, al coincidir la fiesta del Apóstol en domingo. Será un año desbordante y una cita imprescindible.
El éxito del Camino de Santiago ha servido de estímulo para otras iniciativas. El año pasado el Consejo de Europa concedió el certificado de itinerario cultural europeo a la Vía Carlomagno, en la que participa el Movimiento Europeo de España. Está diseñada con un planteamiento reticular, que tiene como centro de irradiación la ciudad de Aquisgrán, donde reposa la tumba del Emperador de la “primera Europa”. La red la componen aquellos núcleos, ciudades y regiones que formaban parte del vasto mundo carolingio. España no es ajeno a él, ya que la Marca Hispánica, Aragón, Navarra y Asturias constituyen piezas del espacio en que se desenvolvió la obra de Carlomagno y sus sucesores.
Durante la solemne ceremonia de entrega del Premio Carlos V por el Rey Felipe VI en el hermoso marco del Monasterio de Yuste, que fue un canto a Europa, a su unidad y a su riqueza cultural, me vino en mente Salvador de Madariaga y su famoso discurso en el Congreso de Europa de La Haya (1948). La idea de Madariaga, compartida por los intelectuales allí presentes -entre ellos, Denis de Rougemont y Henri Brugmans- era que la dimensión cultural no podía estar ausente del proceso de integración política y económica de Europa.
En la Resolución Cultural del Congreso se afirmaba que “los esfuerzos para unirnos deben sostenerse e inspirarse mediante un despertar de la conciencia europea”. Madariaga dijo en su discurso: “Esta Europa tiene que nacer. Y nacerá cuando los españoles digan “nuestro Chartres” y los ingleses “nuestra Cracovia” y los italianos “nuestra Copenhague” y cuando los alemanes digan “nuestra Brujas” y retrocedan de horror a la mera idea de poner sobre ella manos asesinas”. Para Madariaga la tarea fundamental que había que emprender era promover la “conciencia europea”. “Europa es ya un cuerpo –decía-; es ya un alma también; pero no es todavía una conciencia. Vivirá o perecerá según llegue o no a tomar conciencia de sí misma y de que, pues vive, debe seguir viviendo”. Y eso se alcanzará cuando con naturalidad digamos “nosotros los europeos”. Y eso sólo podrá acaecer cuando consideremos como propia en cuanto común de todos los europeos toda la riqueza cultural de Europa cincelada por el buril del tiempo. Un tiempo, en el que a pesar de nuestras guerras y nuestros enfrentamientos, se caracterizó más por los estrechos vínculos que se fraguaron y por un substrato común de civilización, alimentado siempre de un ideal de unidad, que por primera vez aparece con gran fuerza, tras el colapso del mundo romano, en el proyecto imperial de Carlomagno.
Despertar la “conciencia europea” no de manera artificiosa sino sustentado en el rico y común patrimonio cultural forjado a través de la historia forma parte inexcusable del proyecto de integración europea, que es la salvación de Europa. En el incendio de Notre Dame me pareció que aquellas palabras de Salvador de Madariaga se hacían realidad. Porque millones de europeos, al contemplar la furia de las llamas en el cielo de aquel París vespertino, sentimos y podíamos decir “nuestra Notre Dame”.
Eugenio Nasarre
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