Los británicos en la función pública europea

“A star is torn”. En la separata especial sobre el “Brexit” del Financial Times del fin de semana del 6 de julio aparecía ese titular con un dibujo a toda página en el que una estrella se separaba, cayendo del círculo de doce de la bandera europea. 

Un  sentimiento de tristeza  se ha hecho presente entre europeístas y seguramente –aunque en ningún caso me permita representar  opinión alguna – de los funcionarios de las instituciones de la Unión Europea.

No será fácil olvidar por mi parte  la noche-madrugada del 23 de junio: en la que con Michael, colega y amigo británico, intercambiaba mensajes por whatsApp con el corazón en vilo y, al filo de la medianoche, la esperanza de que venciera “por los pelos”  la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. (Con Michael, -los europeístas británicos lo son de manera activa y crítica – había almorzado en Madrid unos días antes y, con dos banderas unidas, la  europea y la del Reino Unido en la solapa, mostraba un pesimismo que él pensaba fundado).

Luego, en la madrugada, vendría la decepción (¿sólo para los partidarios de la permanencia?). Después, en los días siguientes,  lo que es conocido, lleno de análisis de toda suerte. Tristeza y también asombro. Y la inevitable pregunta: qué nos está pasando en Europa para que algo más de la mitad de los ciudadanos británicos quieran abandonarla.  Se había  invocado una  política de inmigración vista como no sostenible. O la percepción de que Europa no ha sido capaz de afrontar los retos de la crisis o, peor, ha estado en el origen de que el progreso y los logros sociales se hayan visto invertidos, o la fractura generacional también en la percepción de que la cesión de soberanía “a la burocracia de Bruselas” contribuye a la depresión económica y social.

Se han buscado explicaciones tan tópicas como ya asumidas para explicar la desafección británica hacia Europa:

“Los ingleses nunca estuvieron a gusto en una Europa que aspiraba a ser política”. “El Reino Unido tenía horror de lo “federal”, de una mayor integración política”.  “Europa se adaptó a sus exigencias: el cheque británico, los opting out….”.  “Su aversión estructural a una Europa social”. “El rechazo cultural a la cesión de soberanía”. “Una concepción histórica  de nación imperial de un mundo anglófono”. “Una visión cultural “no continental”.

¿Explica todo eso, tan utilizado, parcialmente o en suma  el resultado del referéndum?.

Pero, a propósito de lo que da título a estas líneas y pueda interesar y justifica que breve y modestamente las escriba: ¿Estuvo eso, o algo de eso, presente en el trabajo de los funcionarios de nacionalidad británica que han venido formando parte del servicio público de las instituciones de la Unión?.  ¿Cómo se han comportado en su labor al servicio del interés común europeo (y lo seguirán haciendo pues no han perdido su condición)?. ¿Fue leal el Reino Unido  en el trabajo de sus nacionales  en la administración europea?. La respuesta creo que debe ser rotunda, en lo positivo,  en cuanto a la profesionalidad y lealtad mostrada.

Todos tenemos algún anecdotario en el trabajo en las instituciones en las que hemos servido en cuanto a  la  valoración por banderas  de colegas funcionarios europeos. Nadie podrá decir seriamente –y no hablo aquí de los funcionarios nacionales británicos o del Foreing Office ante la UE, a los que se les supone defender intereses nacionales, compatible, por otra parte,  con la lealtad europea, – sino a los funcionarios de carrera nacionales británicos. Y a los altos cargos, desde comisarios al conjunto del staff.
Más allá de  cuestiones, como un cierto “abuso”, no generalizado (¡hemos conocido esa cortesía de excelente francés de colegas  ingleses!),  del idioma inglés,  aprovechando que es lengua de trabajo y lingua franca, o de esas tensiones culturales de su “straight to the point” frente al razonamiento sofisticado y a veces laberintico, por citar sólo algo de lo conocido, nuestros colegas europeos nacionales británicos no han sido menos eficientes o leales que el resto. No se podrá fundadamente, en mi opinión,  decir otra cosa. Y, además, la impronta anglosajona ha sido no infrecuentemente una aportación positiva al quehacer de las administraciones de la Unión.

Cómo no recordar la profesionalidad y brillantez europeas – que no han sido excepción- de  algunos altos cargos de nacionalidad británica,
Roy Jenkins fue un buen Presidente de la Comisión y, por remitirme a mis tiempos de funcionario en activo en Bruselas: Davis Williamson, recientemente fallecido, que tuvo a su cargo, de manera excepcional, la importantísima “sala de máquinas” que es la Secretaria General de la Comisión, bajo la Presidencia de Jacques Delors.
Y los comisarios del Reino Unido que tuvieron, a título de ejemplo relevante por su naturaleza,  carteras como Competencia o Comercio (Sir Leon Britain, las dos sucesivamente  y Peter Mandelson después la última de ellas), en las que la Comisión, como se sabe, tiene plena competencia o, en la  segunda, representa al conjunto de los Estados miembros en las negociaciones del famoso antiguo art.113 del Tratado. Su trabajo estuvo presidido por la alta profesionalidad y sentido europeo.

Ahora, -y eso se me pide  un poco que deje aquí como tema referido a los funcionarios británicos en la administración europea y el “Brexit”,- se pregunta y especula sobre la suerte o el destino de los funcionarios europeos de nacionalidad británica. Alguna voz ya se ha precipitado, entre lo emocional y la desinformación, a preguntarse cuando no a dar por hecho que los miembros del staff deberán abandonar las administraciones en las que están y los llamados altos cargos dimitir como lógico efecto del “Brexit”.

Y, en otro orden, ¿qué pasará con sus derechos de pensión? o, descendiendo a algún tema concreto, ¿Qué sucedería con la sección llamada “inglesa” de las Escuelas Europeas”, o con el Seguro Médico?

Es verdad que una cierta incertidumbre está y estará presente un tiempo sobre aspectos, de una parte políticos: a modo de ejemplo qué será de los agentes temporales  ingleses de los grupos políticos del Parlamento Europeo,  o de la parte de los nacionales procedentes del Foreign Office que integran el recientemente creado “Servicio Exterior Europeo” o de aquellos en delegaciones, que entrarían en un phasing-out en los dos años de negociaciones; y, de otra parte, de aspectos  concretos de indudable importancia material, como la fiscalidad nacional sobre las pensiones de los funcionarios jubilados ingleses que residan en el Reino Unido.

Sinceramente, ese es un tema que entiendo quedará resuelto:

Primero, con lo ya avanzado por los Presidentes de la Comisión, del Parlamento Europeo y por el Secretario general del Consejo, que han indicado por escrito claramente que los funcionarios de nacionalidad británica “dejaron su bandera” al entrar al servicio de las administraciones europeas y como funcionarios del servicio público europeo seguirán en esa condición. El Presidente Juncker ha afirmado que recibirán todo el apoyo necesario en la defensa de sus intereses y que, naturalmente, seguirán conservando su condición de funcionarios europeos, con la promesa de que el proceso que vendrá no deberá afectarles y, en el mismo sentido, el Presidente del Parlamento, Schulz, se ha expresado sobre la mutua lealtad de los funcionarios respecto al Parlamento. En las negociaciones que seguirán al artículo 50, los funcionarios deberán ver garantizado su status y sus derechos.

Y segundo, porque en este asunto estarán muy presentes los principios de derechos adquiridos y de equidad y, no lo menos, la resolución de cuestiones con la regla del buen sentido, del pragmatismo y del interés mutuo y de visión que, en el respeto de los Tratados,  caracteriza la cultura europea.

El Presidente Juncker ha invocado el espíritu europeo en las negociaciones y en la resolución de este tema. Y así deberá ser.

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