Parece evidente que los Consejos de la Unión Europeo traducen en foto fija el estado de situación de sus países miembros. Es como una especie de analítica del paciente: si algo está mal, normalmente aparecerá en el análisis; si la Unión padece de algún trastorno, éste se pondrá en evidencia en la cumbre periódica que suponen los Consejos.
Y Europa goza de una mala salud… de hierro -dirán algunos-, pero al cabo de una salud precaria. Su enfermedad se llama populismo, y quienes han tenido arte y parte en su provocación -los grandes partidos europeos- no son capaces de combatirla, más dispuestos a conjurar elecciones parciales o locales -como es el caso de la CSU bávara- que a llamar a los europeos a las grandes expectativas de una Unión reforzada.
Así, el acuerdo -por llamarlo de alguna manera- a que han llegado los Jefes de Estado y de gobierno de la Unión en materia de desplazados se escapa del pretérito e incumplido acuerdo sobre cuotas, arrojando un sinnúmero de dudas respecto de lo que significa realmente: ¿campos de refugiados fuera o dentro de las fronteras de la Unión? ¿Reenvío de los que no tienen derechos a sus países de origen? ¿Refuerzo de la cooperación con las regiones que nos envían a emigrantes? ¿Replanteamiento del protocolo de Dublin en el sentido de que el problema de la emigración y de los refugiados no lo es sólo de los países de la Unión que disponen de fronteras exteriores?
Nada está perfilado, todo está por hacer. Al cabo, solamente un cabo echado hacia el barco a la deriva de la Canciller Merkel para que no se vea ahogada por la tempestad provocada por su socio histórico. Una cuerda elegantemente lanzado por los marineros Sanchez y Tsipras, singular salvamento marítimo que contará seguramente con mayor recorrido que el del Aquarius o el Open Arms.
Europa vivir en crisis desde hace algunos años. Es el debate entre la globalización y sus consecuencias sobre una población que se siente lejana y perdida ante ese proceso. El mismo debate que provocó el Brexit, que estuvo a punto de acabar con una Francia europeísta -si no fuera porque Macron acudiría finalmente a su rescate- y que ha conducido a Italia a ser gobernada por la coalición de unos extraños populismos a la izquierda o a la derecha -¿quién lo sabe realmente?- del sistema.
Por eso las próximas elecciones europeas no se juegan ya en el tablero del bipartidismo tradicional europeo en contra del populismo emergente. Ambas son soluciones superadas, la segunda simplemente porque es la enfermedad; la primera porque además de no haber ofrecido respuestas esperanzadoras a la crisis, se empeña -como los bávaros de la CSU- en observar de reojo a los populistas de la AfD para copiar parte de su programa y dificultar su ascenso electoral.
No podemos empeñarnos en producir fotocopias de los modelos que nos atemorizan. La respuesta sólo puede estar en crear otro modelo: una Europa que crea en ella misma.
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