La gran coalición en Alemania relanza a Europa

 

El acuerdo alcanzado entre Angela Merkel y Martin Schulz para formar gobierno en Alemania es una gran noticia para Europa. Es verdad que para hacerlo realidad falta aún la ratificación de las bases del SPD, pero es muy improbable que se lo carguen, pues sería para ellos un auténtico suicidio político.

El minucioso programa tiene un fuerte acento europeo. El documento programático se titula, nada menos, “Un nuevo comienzo para Europa”. Lo cierto es que los líderes de los dos grandes partidos alemanes se han dado cuenta que el futuro de Alemania se juega en Europa. Quiero decir o se está por Europa o contra Europa. En el momento que vive el continente no hay término medio, no es posible la equidistancia. Es una opción de carácter histórico. El nuevo gobierno de coalición ha tomado una clara opción, que implica, también, librar una batalla política contra las corrientes euroescépticas que han emergido en Alemania. La CDU y el SPD han saldado sus importantes diferencias porque han considerado la integración europea como una necesidad vital.

Lo mismo ha percibido Macron en Francia. Por ello toda su campaña presidencial giró, sin ambages, sin titubeos, en torno a la vinculación del destino de Francia con una Europa más fuerte e integrada. En su importante discurso de La Sorbona, en el que condensó su visión de Europa, llegó a afirmar que el concepto de soberanía hay que residenciarlo en Europa, lo que suena a herejía en el pensamiento clásico francés. Y lo que él llama “refundación” de Europa exige como condición previa el relanzamiento del eje franco-alemán, que se convertiría en el motor de los cambios que reclama esta debilitada Europa tras la crisis.

Así, los planteamientos del tándem Merkel-Schulz y Macron convergen. El fortalecimiento del eje franco-alemán está a la vuelta de la esquina. El calendario en el que ya trabajan los “estados mayores” de las instituciones europeas va a proporcionarnos unos meses frenéticos. Porque hay una fecha clave -la primavera de 2019- , en la que se juntan dos hechos relevantes: el Brexit y las elecciones al Parlamento Europeo, que determinarán la composición política de las instituciones de la Unión.

El Brexit es determinante. Porque no se trata sólo de lograr un acuerdo que limite los daños de la salida del Reino Unido de la Unión Europa. Se trata, sobre todo, de dotar a la Unión Europea del vigor necesario para convertirse en un agente creíble ante el mundo y para relanzar su prosperidad tras el desgaste sufrido por la gran crisis. Las condiciones para ello son claramente favorables: la economía europea funciona con dinamismo, la mayor parte del saneamiento está hecha, la convergencia ha mejorado por las altas tasas de crecimiento de los países más pobres.

Lo más razonable es pensar que el eje franco-alemán va a funcionar, porque hay demasiados intereses coincidentes. Y que nos espera una fase de impulso de la integración europea similar a la que se produjo tras la caída del muro de Berlín, que dio lugar al Tratado de Maastricht. La Europa post-Brexit no puede ser más débil que antes, porque sería su suicidio.

¿Y España? ¿Qué debe hacer ante este panorama? Lo primero es celebrar esta nueva oportunidad que se presenta para reforzar e impulsar el proyecto europeo y superar las evidentes carencias y deficiencias comprobadas durante la crisis. Pero no basta alegrarse. Nuestra crisis particular -la de Cataluña- nos ha demostrado la importancia de Europa para combatir los embates del nacionalismo disgregador. La sociedad española se ha dado cuenta de ello. El último eurobarómetro del Instituto Elcano revela el fuerte incremento del sentimiento pro-europeo en la opinión pública española, frente a la caída que se observó en los años más agudos de la crisis.

El Rey Felipe VI pronunció en Davos un gran discurso de carácter netamente europeísta. Se puso en la posición de vanguardia en favor de lo que podemos llamar “refundación”, “relanzamiento” o “reforzamiento” del proyecto europeo. No pudo estar más en línea de los planteamientos del previsible eje franco-alemán. España debe de formar parte del “núcleo duro” de las reformas y avances que se van a debatir en los próximos meses. Resulta esencial, para ello, que salgamos cuanto antes de la situación de “déficit excesivo”, de la que ya deberíamos haber salido tras tres años de notable crecimiento.

Pero para que España cuente, aporte y tenga voz en esta etapa que va a ser crucial, ¿no sería deseable, necesario, un “gran pacto por Europa” de las fuerzas políticas constitucionalistas, que forman parte de las tres grandes familias políticas constructoras de “esta Europa”? Debería ser un pacto ambicioso,  que hiciera visible ante la sociedad española y europea la decidida apuesta de España por este “nuevo comienzo” para Europa, por utilizar las palabras del documento del Acuerdo Merkel-Schulz. En el momento del Tratado de Maastricht fuimos una voz relevante. Ahora deberíamos serla también.

 

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