Es urgente relanzar las inversiones

La propuesta de movilizar 300.000 millones de inversiones adicionales se ha convertido en el programa estelar de la agenda Juncker. No sólo se juega con él su credibilidad y la de la Comisión sino la de toda la Unión Europea. Y se trata de una carrera contra reloj, en la que no poder perderse ni un minuto. Como ha señalado Philippe Maystadt, antiguo presidente del Banco Europeo de Inversiones, el próximo “semestre europeo” en la jerga comunitaria, debe ser decisivo para definir el paquete de inversiones y coordinarlo con los programas de inversiones nacionales.

Porque, como ha puesto de relieve la reciente cumbre de la UE, la iniciativa Juncker solamente podrá llevarse a cabo si hay una voluntad política de todos los Estados de la Unión de proponerse como prioridad un relanzamiento de las inversiones de interés público. Porque la crisis ha provocado un verdadero debacle para las inversiones productivas. Desde 2007 la inversión pública en el conjunto de la Unión ha descendido al 2 por 100 del PIB. El deterioro del capital público resulta evidente y constituye una rémora para el crecimiento y la creación de empleo.

Muchos economistas coinciden que, a pesar de la crisis de confianza, existen las condiciones para afrontar un ambicioso relanzamiento de las inversiones. Eurostat nos dice que ya en el año 2013 el déficit público en el conjunto de la Unión ha sido inferior al 3 por 100 del PIB. Los ajustes y las medidas para la consolidación fiscal están dando sus frutos, aunque haya algunos países en los que todavía los déficits son excesivos. Las tasas de interés están excepcionalmente bajas, lo que permite un rendimiento económico superior al coste de financiación. Y el Banco Central Europeo ha llenado de liquidez el mercado monetario. La reducción del coste de la energía, al menos en los próximos meses, da un mayor margen de maniobra, tanto en lo que se refiere a las balanzas de pagos como por el ahorro de costes fundamentales para las empresas.

Es cierto que la iniciativa de Juncker nace con un presupuesto de partida raquítico. Parecería que convertir los 21.000 millones iniciales en 300.000 es lgo así como el cuento de la lechera. Voces escépticas lo han puesto de manifiesto. De esa “debilidad” del programa deben ser conscientes los líderes europeos. ¿Es responsable decir “yo no puedo” y “yo tampoco” y dejar que Juncker y la Comisión se estrellen? ¿Es responsable dar la razón a las voces escépticas?

También es cierto que una clave del éxito del programa es la selección de las inversiones, que han de ser productivas, que generen alto valor añadido y que respondan a un interés europeo, fuera de cualquier planteamiento de “campanario”. Europa necesita, sobre todo, una fuerte inversión en las industrias “de red” (telecomunicaciones, mercado digital, electricidad y transportes). Todas ellas son indispensables para reforzar el mercado interior. Y en estos ámbitos urgen dos cosas: una regulación que elimine las todavía intolerables barreras existentes y que aumente la eficiencia y unas inversiones adecuadas para promover un verdadero salto cualitativo.

Es la hora de la responsabilidad política. Los inversores privados necesitan recuperar la confianza. La Unión Europea debe dar una señal inequívoca de que se toma en serio, y lo convierte en “su” prioridad, el relanzamiento de las inversiones. Es la gran oportunidad de esta legislatura, que –querámoslo o no- la va a condicionar. La crisis no está vencida. Es imprescindible que los ciudadanos recuperen la confianza en el proyecto europeo. Europa no debe perder esta nueva oportunidad.

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