El Tribunal Europeo de Derechos Humanos, en la diana de la (ultra) Derecha
24º BOLETÍNINFORMATIVO «EUROPA SE MUEVE» 17/11.
CONSTRUYENDO LA EUROPA DEL FUTURO: AMPLIACIÓN, CLIMA Y SEGURIDAD
EL TRIBUNAL EUROPEO DE DERECHOS HUMANOS, EN LA DIANA DE LA (ULTRA)DERECHA
Madrid, 17 de noviembre de 2025
Jorge Solana, Colaborador del Consejo Federal Español del Movimiento Europeo
El hasta ahora mejor mecanismo internacional de defensa de los derechos y libertades fundamentales es atacado por el Partido Conservador británico, que coquetea con las posturas de la extrema derecha en un convulso contexto político.
Si en algo ha destacado Europa desde el final de la II Guerra Mundial es en haberse erigido como zona privilegiada de respeto y de aplicación de los Derechos Humanos a nivel mundial. Tan solo dos años después de la Declaración Universal de Derechos Humanos, el aún joven Consejo de Europa impulsó la redacción del Convenio Europeo de Derechos Humanos. Este tratado, lejos de ceñirse a reafirmar lo que había aprobado la Asamblea General de Derechos Humanos, dio un enorme salto cualitativo en la defensa de los elementos más esenciales de la dignidad humana: la creación del primer órgano judicial capaz de atender denuncias individuales de ciudadanos, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH).
Con el TEDH, los países europeos se han enfrentado a denuncias de sus propios ciudadanos por presuntos incumplimientos de derechos básicos como la libertad, la no esclavitud o la tutela judicial efectiva. Es el único órgano a nivel mundial donde se ha rendido cuentas a los Estados por su cumplimiento inexacto, y de hecho han sido condenados en muchas ocasiones por no haberlo hecho. No ha sido un órgano cómodo para los gobiernos, pero sí para una ciudadanía consciente de sus propios derechos. El TEDH ha sido capaz de dar respuesta a los damnificados por grandes crisis humanitarias, como es el caso de las guerras yugoslavas o las chechenas, reconociendo derechos que se habían violado y las correspondientes reparaciones.
Como se ha dicho, su labor no ha sido cómoda para muchos gobiernos, pero hasta el momento el consenso político había protegido este valioso órgano. Y lo más lamentable es que este consenso esté empezando a resquebrajarse, y desde un partido que durante décadas encarnó la división democristiana en Gran Bretaña: el pasado mes de octubre, la líder del Partido Conservador, Kemi Badenoch, anunció que si llegaran al poder, abandonarían el Convenio Europeo de Derechos Humanos, lo que supondría quedar fuera del control del Tribunal. Entre sus razones, deshilachando las excusas y las circunvalaciones verbales, destaca una clara: poder deshacerse más rápido de la inmigración irregular. El asunto no deja de guardar una cierta hipocresía interna, siendo la propia Badenoch hija de una nigeriana y británica por haber nacido allí, en virtud de una ley que ya no le reconocería la nacionalidad.
Aunque la inmigración lleva siendo el centro de los ataques de la extrema derecha europea, y de hecho en el caso de Reino Unido fue una de las puntas de lanza de la campaña pro-Brexit, pero bien es cierto que hasta ahora el discurso anti-inmigración no se había atrevido a cuestionar el régimen europeo de los Derechos Humanos, que además de tener plena vigencia ha sido uno de los vectores más importantes de la unidad europea. No obstante, la postura adoptada por los conservadores británicos tiene que entenderse en un contexto donde su propia familia política se encuentra en peligro de extinción, y en la que el sistema político británico parece estar reconfigurándose.
En primer lugar, los tories se encuentran en lo que políticamente se ha venido en denominar una “travesía por el desierto”. Tras ostentar el número 10 de Downing Street durante 14 años ininterrumpidos, las elecciones de 2024 dieron una sobrada mayoría parlamentaria (que no de votos) a los laboristas. Los conservadores, con su peor resultado en décadas por sus vaivenes de liderazgo y la ineficaz gestión del Brexit, han decidido redoblar su conservadurismo y adoptar los marcos de la extrema derecha liderada allí por Nigel Farage. Su partido, el Brexit Party ahora renombrado como Reform Party, lidera las encuestas y los sondeos más optimistas le otorgan una holgada mayoría en el parlamento. Aunque Badenoch no es una líder asentada y todavía no se ha apuntado victorias electorales, sus declaraciones acerca del Convenio Europeo de Derechos Humanos reafirman el peligroso viraje de su familia política.
No obstante, los conservadores no son los únicos que se están resintiendo en las encuestas. Los laboristas, que llegaron al ejecutivo con promesas de cambio y de seriedad frente al frenesí de la última etapa conservadora, han decepcionado a propios y a ajenos. Su fracaso en algunas políticas, y la tibieza en asuntos como la propia inmigración, ha hecho que el Primer Ministro Keir Starmer se desplome en valoración pública y que su liderazgo se haya cuestionado gravemente. Laboristas y conservadores, que han dominado durante más de un siglo la política británica, ahora podrían relegarse a las cuarta y quinta posiciones, superados por los euroescépticos y, curiosamente, los partidos más decididamente europeístas: los liberal-demócratas y los verdes. El líder de estos últimos, Zack Polanski, incluso afirmó hace unos meses que, de llegar al poder, pondrían la reentrada en la Unión Europea encima de la mesa. Es cierto que los de Nigel Farage ahora mismo ostentan una poderosa primera posición, pero la suma del resto de partidos sigue siendo mayoritaria, y parece que dentro de la moderación es ahora el europeísmo quien toma la delantera.
Aunque la insignia europea de los derechos humanos haya sido duramente atacada por los conservadores británicos, de momento solo se ha quedado en un brindis al sol sin efectos prácticos, y desde un partido que parece buscar más un balón de oxígeno que un programa sólido de oposición. La inmigración, sin duda, está siendo uno de los mayores acicates para los enemigos de los derechos humanos y el europeísmo, pero el cordón está funcionando por el momento, y en Reino Unido falta mucho para perder la esperanza.
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