El cuarto poder existe y desprecia a la UE

La mejor campaña publicitaria que ha tenido el Brexit la han hecho los medios de comunicación y en particular la prensa popular y sensacionalista, los llamados tabloides. En realidad, llevan décadas en campaña. Empezaron mucho antes y fue una campaña activa en otro referéndum, el de 1975,  cuando Boris Johnson y Nigel Farage, ambos nacidos en 1964, eran todavía un par de mocosos. Ha sido una larga y pertinaz campaña que se ha caracterizado por no dar nunca una noticia en positivo de la Unión Europea, por no explicar el papel de Europa en el mundo, por no explicar el proyecto de integración,  y por no abrir un debate sobre la contribución del Reino Unido a este proyecto.

Por el contrario, los cientos y cientos de portadas dedicas a vilipendiar a Europa constituyen una antología del disparate y del escarnio. Los tabloides han conseguido plantar en el imaginario del lector la idea de que todo lo que viene de Bruselas es malo y dañino porque atenta contra la independencia y la soberanía de un país orgulloso que se crece ante las dificultades y que no necesita que nadie le diga cómo comportarse.

Todas las noticias de la Unión Europea son motivo de gran escándalo como la supuesta prohibición de la ‘kettle’, el hervidor de agua para preparar el té. O la decisión sobre la medida que deben tener los pepinos o los plátanos en venta en el Reino Unido (Sigmund Freud tendría algo que decir a eso). O el anuncio de un asalto fiscal contra el país. Se trata siempre de informaciones sectarias, manipuladas o directamente falsas. Lo sabe bien el ex-alcalde de Londres, que en sus años de corresponsal en Bruselas para el The Daily Telegraph se dedicó a pergeñar muchos bodrios parecidos con su acerada pluma.

Durante la campaña para el reciente referéndum, esta prensa, la gutter press o prensa de cloaca en la traducción literal del calificativo que en el Reino Unido se da a estos medios, se ha superado a sí misma. La crisis migratoria ha sido un maná que ha permitido azuzar el gran argumento que se erigió en el tema estrella de la campaña antieuropea.

Estos diarios han publicado titulares a toda página del siguiente estilo: “Prohibida la entrada, el Reino Unido está hasta los topes” o “Debemos poner fin a la invasión de inmigrantes”. Los tabloides han titulado maliciosamente con palabras como “amenaza”, “aludes” o “invasiones”. Han denunciado la supuesta existencia de inmigrantes que habrían cobrado 100 libras por “invadir” el Reino Unido y han pronosticado cadáveres en las playas británicas. Solo el Daily Express ha dedicado este año 40 portadas a hacer un totum revolutum sectario identificando inmigración con Europa.

Esta prensa no ha dudado ni siquiera en utilizar a Isabel II. La Reina respalda el Brexit, titulaba The Sun, el diario del grupo mediático de Rupert Murdoch, en la fase final de la campaña. Este mismo diario, el más vendido del Reino Unido, había anunciado su apoyo a la salida de la UE con un argumentario a base de premisas torticeras destinadas a tocar la fibra sensible y nostálgica de los lectores. Las emociones por encima de las razones.

La prensa en papel es un negocio en declive en todo el mundo y también en el Reino Unido, pero sigue disfrutando de un gran peso en la sociedad y en la construcción de una determinada idea de lo que es ser british. Solo tres grupos mediáticos controlan el 70% de la distribución de diarios en todo el país y los tres son antieuropeos o euroescépticos en el mejor de los casos. News UK, el grupo de Murdoch, edita The Sun; DMGT, el Daily Mail; y Trinity Mirror, The Mirror, el único medio declaradamente laborista que, obedeciendo a la vieja política del partido retomada por el actual líder Jeremy Corbyn, es contrario a la UE. Todo ello resulta en una falta de pluralismo alarmante.

Con más de 40 años de pertenencia del Reino Unido a la UE, resulta chocante que desde el mundo político no haya habido una condena rotunda de la actitud de estos medios contraria a lo que se supone es una política de Estado, o cuanto menos que hubiera contrarrestado la barra libre día sí día también de improperios contra Bruselas. Y no sirve escudarse en la independencia de la prensa.   

El europeísta Timothy Garton Ash lo explicaba muy gráficamente en un artículo escrito en estado de shock por el resultado del referéndum. Se preguntaba cómo era posible que ninguna generación de políticos hubiera dado argumentos positivos en el Reino Unido a favor del proyecto de integración europea cuando en el extranjero estos mismos políticos hacían bonitos discursos defendiéndola. Y recordaba que con  motivo de un discurso que Tony Blair debía pronunciar en Oxford le pidió que expresara en público las demoledoras críticas a la prensa euroescéptica que hacía en privado. Al parecer la petición se resolvió con un párrafo “tan ambiguo que daba vergüenza”.

El escurrir el bulto de Blair tiene una explicación muy sencilla. Cuando en 1997 el político laborista aspiraba a llegar a Downing Street, Murdoch puso The Sun a su entera disposición. El tabloide hizo campaña a favor suyo y declaró abiertamente su apoyo, algo que no fue ajeno a la arrolladora victoria del laborista. Blair, que pese a todo fue el político británico más europeísta que ha dado el país junto al conservador Edward Heath, tuvo que tragar mucha quina en pago por aquel apoyo. Por ejemplo, ante la posibilidad de que el Reino Unido adoptara el euro — algo que Blair no veía con malos ojos–, se vio obligado a firmar un artículo en The Sun titulado “I love the £” (Amo la esterlina) junto a un enorme billete con la imagen de la reina.

La connivencia entre políticos, periodistas y empresarios no es exclusiva del Reino Unido, pero sí que en aquellas islas adopta una forma peculiar. Y Blair tampoco es el único que vendió sus principios a cambio de un apoyo que resultaría decisivo en la carrera política. El día después del referéndum sobre el Brexit hubo una muestra más de esta connivencia. Fue un correo electrónico de Sarah Vine, una editorialista del Daily Mail que llegó al dominio público (por error o quizá no). El correo iba dirigido a su marido que no es otro que Michael Gove, el ex-ministro de Justicia del Gobierno de Cameron y jefe de campaña de Boris Johnson en la consulta. La señora Gove aseguraba a su esposo que ni a Paul Dacre, director de aquel diario, ni a Murdoch les gustaba Johnson. 

Poco después, casualmente o no, Gove organizaba un golpe de mano y apeaba de la carrera por el liderazgo conservador al extravagante ex-alcalde de Londres para presentar él su candidatura aunque al final Gove tuvo que renunciar. El cuarto poder existe, y en el Reino Unido es antieuropeo.

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