La nueva Europa de la Defensa, una realidad tangible

En los últimos años, la Unión Europea – instituciones y opinión pública- se ha enfrentado a acontecimientos capitales en materia de seguridad y defensa en los que se ha visto, casi siempre, abocada a jugar un papel secundario, lejos del que se merece… y al que aspira.

Esta realidad, unida a la oportunidad que representa el progresivo desarrollo de un nuevo contexto internacional – al que han contribuido a dar forma factores como el BREXIT, las injerencias rusas, la pretensión americana de un incremento significativo en la corresponsabilidad en materia de seguridad, el terrorismo indiscriminado o el fin de la crisis económica – ha desencadenado en el escenario europeo dos consecuencias inmediatas. Por un lado, la concienciación de nuestras opiniones públicas de que la seguridad es un tema clave y no precisamente barato. Por otro, que en materia de seguridad y defensa – a diferencia de lo que ocurre con la inmigración o la política fiscal- puede ser más fácil llegar a acuerdos.
La reacción, encauzada en el anhelo de convertirse en actor principal, no se ha hecho esperar y ha sido vehiculada a través de dos iniciativas complementarias: el Plan de Acción Europeo de la Defensa y la Cooperación Estructurada Permanente. Ambas comparten un mismo objetivo, espolear la tan necesaria cooperación europea en el terreno de la defensa.
El Plan de Acción Europeo tiene por objeto desarrollar capacidades militares de forma cooperativa y construir una Base Europea Tecnológica e Industrial de la Defensa. Se articula en torno a cuatro pilares fundamentales: la creación de un Fondo Europeo de Defensa, el impulso de la inversión en las cadenas suministro, el refuerzo del mercado de la defensa y la maximización de las sinergias cívico-militares. Constituye el verdadero motor económico de este ansiado cambio en materia de política europea de defensa.
La Cooperación Estructurada Permanente – promovida inicialmente por Alemania, Francia, España e Italia y a la que han acabado sumándose la inmensa mayoría de los países de la Unión- con carácter más político y que busca, entre otras cosas, recurrir a la defensa como uno de los mecanismos de construcción de la identidad europea. Su traducción práctica se circunscribe al compromiso de aumentar regularmente los presupuestos de defensa; incrementar la inversión en nuevas capacidades militares; ampliar la participación en programas militares cooperativos y estar dispuesto a jugar de un papel sustancial en el desarrollo de todo lo necesario para alcanzar el nivel de ambición de la Unión en lo que a defensa se refiere.
Si tenemos en cuenta que en el seno de la Unión Europea la defensa ha sido hasta ahora fundamentalmente ineficiente – la Comisión Europea cuantifica entre 25.000 y 100.000 millones de euros anuales los que se malgastan por las duplicidades existentes y la falta de economía de escalas- y en el que cada Estado Miembro compra y fabrica, primordialmente con carácter nacional, estas líneas de trabajo constituyen una auténtica revolución.
Así, la inyección directa de más de 13.000 millones de euros del presupuesto común de la Unión, a través del recién creado Fondo Europeo de la Defensa, para investigar y desarrollar capacidades militares, supone un antes y un después en el papel que la Unión Europea está dispuesta a jugar en materia de defensa. Definitivamente, la Unión Europea ha entrado en el hasta ahora olvidado ámbito de la defensa y está dispuesta a quedarse.
¿Qué debe hacer España para obtener los resultados apetecidos? Tres son, a mi juicio, las líneas de actuación que deben adoptarse para alcanzar el éxito.
La primera es continuar con el esfuerzo solidario de nuestras Fuerzas Armadas en pos de contribuir a la seguridad y defensa común, en estrecha colaboración con nuestros aliados y amigos. El despliegue de nuestros carros de combate en Letonia, los aviones de caza en el cielo estonio, los buques de guerra en el Mediterráneo, las baterías antiaéreas en Turquía, los instructores militares adiestrando al ejército iraquí y las fuerzas desplegadas en las operaciones a lo largo del continente africano componen una panoplia que traspira compromiso. La percepción de solidaridad es clave cuando se espera reciprocidad en momentos críticos.
La segunda exige un esfuerzo en la adaptación permanente de nuestra administración, tanto en sus estructuras militares como las civiles. La Defensa moderna es multidisciplinar y exige análisis y acción desde variados ángulos. No es solo un asunto de políticos, diplomáticos y militares. La exitosa labor del Grupo Interministerial creado para afrontar los retos del Plan de Acción Europeo- con la activa participación de los Ministerios de Defensa, Exteriores, Economía, Hacienda y las asociaciones industriales TEDAE y AESMIDE- son una buena muestra del camino a seguir en el futuro.

En tercer lugar, nuestra industria debe profundizar en su progresión tecnológica, perpetua innovación y acelerada internacionalización para convertirse en otro de los baluartes de la defensa. El acceso a los fondos europeos reclama la creación de consorcios internacionales capaces de competir y actuando como tractores para arrastrar en esta aventura a las pequeñas y medianas empresas de toda la geografía europea. La generosidad y amplitud geográfica de miras se antoja indispensable. Lo necesita España… y Europa.
La conciencia de que la seguridad es un asunto de todos y que pagamos todos va calando en la sociedad española y europea como nunca antes. Nuestro futuro está en la cooperación y eso exigirá esfuerzos adicionales económicos, personales y de país. No nos equivoquemos, la Europa de la Defensa ha dejado de ser una vieja aspiración para convertirse en una realidad tangible.

Felipe de la Plaza
General de División. Subdirector General de Relaciones Internacionales
Dirección General de Armamento y Material

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