¿De la Paz o para la Paz?

Como es sabido, el último Premio Nobel de la Paz, a finales de 2012, fue concedido a la Unión Europea (UE), justificando la concesión con estas palabras: “Por la contribución de la UE durante más de seis décadas al progreso de la Paz y de la reconciliación, la Democracia y los Derechos Humanos en Europa”.

Parece oportuno, al efecto, recordar que desde su instauración en 1901 hasta la fecha, 97 de los Premios han sido concedidos a personas individuales (Henri Dunant, Roosevelt, Gorbachov, Oscar Arias, conjuntamente Rabin y Arafat, Teresa de Calcuta, Mandela, Rigoberta Menchú, Obama, etc.), siendo 20 los concedidos a Organizaciones desprovistas de lucro: sería honroso y justo que algún día lo obtuviese el Movimiento Europeo por su protagonismo en la construcción europea.

De Organizaciones dotadas de poder político, se estrena el concedido a la ONU en 2001, y culmina el actual, que a nosotros, europeos, nos enorgullece, pero aún más nos compromete.

¿Supone esto una deriva del Premio atenta, no ya a ciudadanos y organizaciones, también a los poderes políticos? ¿Se concederá alguna vez a algún Estado? Sería preocupante por lo de que “politiqueo” esto comportase, aunque no es de extrañar que algún día corresponda a Costa Rica por carecer de fuerzas armadas o a Bután por su sustitución del Producto Interior Bruto (PIB) por el “Producto Nacional de Felicidad”.

Pero volvamos a la UE en su sexagésimo cumpleaños: no cabe negar que tras siglos de luchas fraticidas, revoluciones, represión, genocidio, este continente – mejor dicho, subcontinente – inicia a partir de su magno Congreso de la Haya de 1948, fundador del Movimiento Europeo, un camino para Europa previamente funcionalista (“el paso a paso de Schuman”) que ha desembocado en una unión política de signo federal.

La Unión no está colmada, y en estos momentos de crisis económica de origen sistémico, pone al descubierto sus carencias, e incluso el riesgo, si no de ruptura, sí de inanidad.

Porque si el lema de la UE es “Unida en la diversidad”, el deber de las Organizaciones que, como el Movimiento Europeo, impulsan tal unión, está por lo pronto en que no nos desunamos en la adversidad.

Por el contrario, reforzar nuestros elementos federalistas  – autonomía, participación, solidaridad –  en pro de esos fines.

Autonomía, porque los Estados (y dentro de ellos, las Comunidades Autónomas) conservan su identidad (castizamente, “cá uno es  cá uno”), y por tanto regulan aquello para que son capaces y suficientes.
La proclamación – art. 5 Tratado de la Unión Europea, TUE – de los principios de Subsidiariedad y de Proporcionalidad, o multilevel governance de los arts .5 TUE y 3 a 6 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea, FUE, y el early warning o consulta previa a los Parlamentos Nacionales que no debería entorpecer la legislación comunitaria -Protocolo 2 de citados Tratados – garantizan suficientemente esa Autonomía.  No la infringe, la refuerza, el que en otro lugar he denominado “federalismo dialéctico” del art. 353 TFUE: que desarrolla los implied powers exigidos por el reto (político, social, medioambiental, etc.; también económico, la emisión de eurobonos entraría dentro de ese campo)

Participación, base de toda Democracia, en la UE indirectamente dado el origen electoral nacional de cada miembro del Consejo, directamente mediante las elecciones al Parlamento Europeo, así cómo la existencia de partidos políticos europeos, la muy probable próxima elegibilidad del Presidente de la Comisión, quizá también la del Presidente del Eurogrupo, en este ultimo caso en listas confeccionadas en los países del Euro (17, pronto 18 con Letonia).

Un factor insoslayable de la esta representatividad es la compounder representation, en atención al peso respectivo de las entidades integrantes, basado en la población para el vigente reparto de escaños en el PE y a partir de 01/11/2014 para el voto ponderado en el Consejo.

Pero la participación exigía otras vías, más allá de conferir mandatos. He aquí la Democracia participativa, recogida en el artículo 11 del Tratado de Lisboa, que introduce: a) la Iniciativa Ciudadana Europea (ICE) que a partir de un millón de firmas, posibilita proponer y exigir las medidas legislativas comunitarias precisas.; b) las consultas por parte de la Comisión Europea a las organizaciones de sociedad civil pertinentes.

El Movimiento Europeo Internacional o varias de sus ramas estatales deberían recibir alguna de estas consultas en lo que atañe a su misión específica y, en su defecto, sería bueno que por sí o en unión de otras ONGs, moviese el hilo de alguna Iniciativa Ciudadana para hacer efectiva la Unión.

Solidaridad (a lo d’Artagnesco, “uno para todos, y todos para uno”), lo que a nuestro nivel se manifiesta en los fondos estructurales, sobre todo los de Cohesión, impuestos por España, y en la cláusula explícita de Solidaridad del artículo 122 del TFUE,  para riesgos de ataque externo, catástrofe, pero también – muy en la actualidad – carencia de suministro de energía.

A estos riesgos recogidos en el Tratado hay que añadir, evidentemente, el de la recesión económica, con sus secuelas de paro, recortes presupuestarios, pobreza en suma.

La modificación del artículo 136 del TFUE, creando el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), y posibilidades de ayuda nacidas de éste es una muestra de esa solidaridad, siempre que el anejo de condiciones (memorándum of understanding, MOU) no asfixie a los Estados atendidos; y que si, como en España, va a los bancos (41.000 millones de euros, a añadir lo dado antes), no acaben pagándolo los contribuyentes.(Ya hemos pagado con las inyecciones del BCE a través del mercado secundario, por el que lo que los Bancos recibían de aquél al 1% lo que prestaban a dichos Estados al 5%)

Pero esa Solidaridad intraeuropea, para no quedar en bellas palabras, ha de basarse en la racionalización y la legitimidad de su entramado económico, lo que comporta darle personalidad jurídica y peso institucional a la Eurozona.
(Me remito a textos míos anteriores en este digital, y añado que la pérdida de capacidad devaluatoria monetaria en la Eurozona exige una solidaridad interna, p.ej., créditos blandos por el Banco Europeo de Inversiones –BEI- y mutualización de la deuda hasta un 60% PIB. Y a nivel UE, tasa de transacciones financieras –TTF- , incremento del Presupuesto comunitario, armonizaciones fiscal y social, boycot a los paraísos fiscales, etc).

¿Pero SOLIDARIDAD tan sólo para adentro, para la Eurozona de 17, pronto 18, y para los restantes 12 (entró Croacia) del a UE?

No, SOLIDARIDAD para con el resto del mundo. .

Y recordemos sumariamente los datos: doble esperanza de vida en la zona rica del mundo que en la depauperada, 40.00 fallecidos al día por hambre y enfermedades evitables, de entre ellos 10.000 niños, 18 millones de personas carentes de agua potable; otro tanto de analfabetos, etc.

Y lo que es peor, un cambio climático asesino de la biodiversidad, con un calentamiento previsible de hasta 2º C por año, en la Antártica ya estamos en los 2,4, consiguiente subida del nivel de mar, y probablemente a causa de ello, sequías, ciclones, catástrofes en suma.

¿Y qué decir de la desigualdad, esos 600 millones de habitantes -10% de la población humana- con el 83% del PIB mundial, el 27%  restante para 5.700 millones de personas, aproximadamente el 90 % de esa población?

¿Qué hace la UE a los anteriores aspectos?

No olvidemos que no obstante la crisis,  nuestro porcentaje del 7% de población mundial percibe suyo el  25% del PIB planetario.

Cierto que ostentamos la primacía en cuanto a la ayuda a desarrollo (AoD), si bien el ya abandonado 0,7% PIB hay que recuperarlo y sobrepasarlo.

En cuanto al esfuerzo de sostenibilidad, recordemos el compromiso del “20 (años)- 20 (reducción de emisiones)-20 (energías renovables)”, con el propósito del que el segundo elemento pase a 30 (veremos,…).

Entiendo que el Movimiento Europeo, so pena de pasar a la irrelevancia, no debe faltar a la cita para el logro de esos objetivos: desde sus credenciales históricas, con voluntad de futuro, le toca trabajar, directamente cerca de las Instituciones europeas, indirectamente a través de los 28 Gobiernos desde las ramas nacionales del MEI,y, sobre todo, con y desde la ciudadanía europea, en pro de una vida digna para los habitantes actuales  y futuros de este gran y pequeño mundo.

DIGNIDAD: he ahí la palabra con que el europeo Pico della Mirandola definió la auténtica e  irrenunciable  condición humana, palabra que 5 siglos después el también europeo y Premio Nóbel de la Paz René Cassin llevaría al Preámbulo de la Declaración de Derechos Humanos de la ONU.

Que los europeos luchemos sin descanso por hacer efectiva esa condición, justificaría el halago que Lula da Silva nos dedicó al considerar la UE  “patrimonio democrático de la Humanidad”.

Carlos María Brú Purón

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