Estimados colegas:
Con el fin de preparar de la mejor manera posible nuestro debate en Malta sobre el futuro de una Unión Europea con veintisiete Estados miembros, y a la luz de las conversiones que he mantenido con algunos de ustedes, permítanme que presente algunas reflexiones que creo que la mayoría compartimos.
Los retos a los que se enfrenta actualmente la Unión Europea son más peligrosos de lo que nunca han sido desde la firma del Tratado de Roma. En la actualidad nos enfrentamos a tres amenazas que no se habían producido anteriormente, al menos a esta escala.
La primera amenaza, externa, está relacionada con la nueva situación geopolítica en el mundo y alrededor de Europa. Una China cada vez más decidida, por decirlo así, sobre todo en el mar, la agresiva política de Rusia con respecto a Ucrania y sus vecinos, guerras, terror y anarquía en Oriente Próximo y África, con un papel importante del Islam radical, así como las preocupantes declaraciones de la nueva administración estadounidense, hacen que nuestro futuro sea sumamente imprevisible. Por primera vez en nuestra historia, en un mundo exterior cada vez más multipolar, muchísimas personas se están volviendo abiertamente antieuropeas o euroescépticas en el mejor de los casos. Especialmente el cambio en Washington coloca a la Unión Europea en una situación difícil, dado que parece que la nueva administración cuestiona los últimos setenta años de política exterior estadounidense.
La segunda amenaza, interna, está ligada al aumento de un sentimiento anti-UE, nacionalista y cada vez más xenófobo dentro de la propia UE. El egoísmo nacional también se está convirtiendo en una alternativa atractiva a la integración. Además, las tendencias centrífugas se alimentan de los errores cometidos por aquellos para quienes la ideología y las instituciones se han vuelto más importantes que los intereses y los sentimientos de las personas.
La tercera amenaza es el estado de ánimo de las élites proeuropeas. Son cada vez más visibles la disminución de la confianza en la integración política, el sometimiento a argumentos populistas, así como las dudas acerca de los valores fundamentales de la democracia liberal.
En un mundo lleno de tensiones y confrontación, lo que necesitamos es la valentía, determinación y solidaridad política de los europeos. Sin ellas no sobreviviremos. Si no creemos en nosotros mismos, en el objetivo más profundo de la integración, ¿por qué habrían de hacerlo los demás? En Roma debemos renovar esta declaración de fe. En el mundo actual de Estados-continentes con cientos de millones de habitantes, los países europeos por separado tienen poco peso. Pero la UE tiene un potencial económico y demográfico que la convierte en un socio igual a las mayores potencias. Por este motivo, la señal más importante que debería salir de Roma es la disposición de los veintisiete a permanecer unidos. La señal de que no solo debemos, sino queremos estar unidos.
Mostremos nuestro orgullo europeo. Si hacemos como que no oímos las palabras ni nos damos cuenta de las decisiones contra la UE y nuestro futuro, la gente dejará de tratar a Europa como su patria global. Es igual de peligroso que nuestros socios mundiales dejen de respetarnos. Objetivamente, no hay ningún motivo por el que Europa y sus dirigentes deban hacer el juego a las potencias externas y a sus gobernantes. Sé que en la política no debe usarse en exceso el argumento de la dignidad, ya que suele generar conflictos y sentimientos negativos. Pero hoy debemos defender claramente nuestra dignidad, la dignidad de una Europa unida, tanto si hablamos con Rusia, China, los Estados Unidos o Turquía. Por eso, tengamos el valor de estar orgullosos de nuestros propios logros, que han convertido a nuestro continente en el mejor lugar del mundo. Tengamos el valor de oponernos a la retórica de los demagogos que afirman que la integración europea solo beneficia a las élites, que la gente corriente solo ha sufrido como consecuencia de ella y que los países saldrán adelante mejor en solitario que unidos.
Debemos mirar al futuro, esto ha sido lo que me han pedido con más frecuencia en nuestras consultas en los últimos meses. Y no cabe ninguna duda. Pero nunca, bajo ningún concepto, debemos olvidar los motivos más importantes por los que hace sesenta años decidimos unir Europa. Con frecuencia oímos que el recuerdo de las tragedias de una Europa dividida del pasado ha dejado de ser un argumento, que las nuevas generaciones no recuerdan las fuentes de nuestra inspiración. Pero la amnesia no invalida estas inspiraciones, ni nos libera de nuestro deber de seguir recordando las trágicas enseñanzas de una Europa dividida. En Roma, debemos reiterar firmemente estas dos verdades básicas, aunque olvidadas: la primera, nos hemos unido para evitar otra catástrofe histórica, y la segunda, que los tiempos de la unidad europea han sido los mejores de toda la historia centenaria de Europa. Debe quedar meridianamente claro que la desintegración de la Unión Europea no llevará al restablecimiento de una mítica soberanía plena de sus Estados miembros, sino a la dependencia real y fáctica de las grandes superpotencias: los Estados Unidos, Rusia y China. Solo juntos podremos ser completamente independientes.
Por eso debemos tomar medidas firmes y espectaculares que puedan cambiar los sentimientos colectivos y revivir la aspiración de que la integración europea pase al siguiente nivel. Para hacerlo, debemos restablecer la sensación de seguridad externa e interna, así como el bienestar socioeconómico de los ciudadanos europeos. Esto requiere el refuerzo definitivo de las fronteras exteriores de la UE; la mejora de la cooperación de los servicios encargados de luchar contra el terrorismo y proteger el orden y la paz dentro del espacio sin fronteras; el incremento del gasto en defensa; el refuerzo de la política exterior de la UE en su conjunto, así como la mejora de la coordinación de las políticas exteriores de los distintos Estados miembros; y, por último, aunque no menos importante, el fomento de la inversión, la integración social, el crecimiento, el empleo, el aprovechamiento de los beneficios de la evolución tecnológica y la convergencia tanto en la zona del euro como en toda Europa.
Debemos aprovechar el cambio en la estrategia comercial de los Estados Unidos en beneficio de la UE intensificando las conversaciones con socios interesados al tiempo que defendemos nuestros intereses. La Unión Europea no debe abandonar su papel de superpotencia comercial abierta a otros, aunque protegiendo a sus propios ciudadanos y empresas, recordando que libre comercio significa comercio justo. También debemos defender firmemente el orden internacional basado en el Estado de Derecho. No podemos rendirnos ante aquellos que quieren debilitar o invalidar el vínculo transatlántico sin el cual no pueden sobrevivir el orden y la paz mundiales. Hemos de recordar su lema a nuestros amigos estadounidenses: Unidos resistiremos, divididos caeremos.
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