La llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos representa la mayor amenaza a los principios y los valores sobre los que se ha asentado el orden occidental desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Desde su victoria en las pasadas elecciones del 8 de noviembre, buena parte del debate público ha estado centrada en tratar de vislumbrar si querrá o podrá cumplir con sus promesas electorales, si se impondrá el pragmatismo y el sentido de Estado, o si o cómo funcionarán los controles -los famosos checks and balances- del sistema político norteamericano ante un posible abuso o mal uso del poder.
Como es lógico, este tiempo se está viviendo en Europa con pesadumbre y preocupación. No en vano, nunca antes en las últimas décadas se presentaba tan incierta la relación con el principal socio del Viejo Continente, una relación que abarca desde el mayor volumen de intercambio comercial del mundo hasta un complejo y robusto esquema de seguridad, pasando por el citado conjunto de valores y principios compartidos.
Trump llega además en un momento igualmente incierto y complicado para la Unión Europea, una Unión que también por primera vez ha comenzado a ver su proyecto cuestionado por la incapacidad de recuperar una sólida pujanza económica, que ha visto al terrorismo golpear con fuerza en su territorio y que no sabe cómo manejar una crisis de refugiados que es además una tremenda crisis humanitaria. De hecho, si bien con matices diferentes, tanto Estados Unidos como Europa viven la rebelión de una parte de las clases medias, las que se siente más afectadas por la globalización y la tecnología, traducida en populismos de diverso corte.
Como al resto de los ciudadanos, a los líderes europeos la victoria de Donald Trump también les pilló con el pie cambiado y aguardan ahora los primeros movimientos del magnate reconvertido en político para decidir cómo actuarán. Es cierto que, junto al respeto debido a los resultados electorales, las reacciones de algunos de ellos -Jean-Claude Juncker, Angela Merkel, François Hollande- han tratado de dejar claro que la buena relación continuará siempre que el mandatario americano no vulnere las bases sobre las que se ha establecido hasta ahora. Pero el arranque de la nueva presidencia norteamericana va a coincidir con un año especialmente agitado en Europa en el terreno electoral, con comicios determinantes -no solo en términos nacionales, sino también comunitarios- en Francia, Alemania y Holanda. Es probable, por tanto, que el interés y la atención de los políticos europeos estén puestos más en lo doméstico que en lo que ocurre al otro lado del Atlántico.
Así que es la hora de la sociedad civil. Van a tener que ser los ciudadanos, en sus múltiples formas de asociación, los que deban mantener una vigilancia exhaustiva sobre cualquier movimiento que, desde Washington, pretenda vulnerar los pilares de la democracia, los derechos humanos y el derecho internacional. Serán ellos también los que deban presionar a sus respectivos gobiernos, así como a las instituciones europeas, para asegurarse de que Europa sigue fiel a unos principios que considera universales.
Dicha tarea deberá incluir necesariamente a think tanks, ONGs, universidades, y todo tipo de asociaciones y colectivos dedicados a la defensa de tales principios. Especialmente importante sería recuperar el empuje de los jóvenes, unos jóvenes que en algunos casos parecen haber caído en la apatía del conformismo o la frustración. Todos ellos tendrán que estar vigilantes y alzar la voz ante cualquier potencial atropello ya sea proporcionado argumentos, reflexiones y recomendaciones -desde el campo más académico e intelectual- ya sea mediante un activismo organizado y civilizado.
Por supuesto, sería también esencial recuperar el papel de unos medios de comunicación rigurosos, comprometidos con la verdad y pilares del sistema democrático, y de paso, recuperar la confianza de la sociedad en ellos. Como el propio Trump ha demostrado con gran maestría -aunque el fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos-, cuando los ciudadanos dejan de confiar en unos medios sólidos, fabricar verdades a la medida es mucho más fácil.
Lamentablemente, parece que no van a faltar las oportunidades para que todas estas organizaciones puedan cumplir su función. De hacer caso a las declaraciones durante la campaña, primero y, sobre todo, a los nombramientos de su equipo de gobierno que ya se van conociendo, Europa va a tener varios frentes abiertos en su relación con Estados Unidos desde el próximo 20 de enero: desde la lucha contra el cambio climático y el compromiso con el Acuerdo de París -con un negacionista a cargo de la Agencia de Protección Ambiental-, hasta el futuro de las sanciones a Rusia por la anexión de Crimea -con un futuro secretario de Estado que ha hecho negocios con Putin-, por no hablar del ya aparentemente difunto acuerdo de libre comercio -el famoso TTIP.
Se ha insistido mucho en las últimas semanas en que debería ser el momento para que la Unión Europea dé un paso al frente como garante de lo que, hasta ahora, ha sido el orden occidental, un orden que ha proporcionado paz y prosperidad durante más de seis décadas, como nunca en otro lugar ni en otro tiempo de la historia. Pero con un complicado panorama electoral por delante, es difícil que los políticos van a poder centrarse en defenderlo. Por ello debe ser el momento de los ciudadanos y de la sociedad civil, como pilares que son de ese orden democrático y occidental.
Cristina Manzano
Directora de esglobal
Comments are closed