La Asociación Ideas y Debate organizó la jornada «España y los desafíos del Mediterráneo», con debates sobre el papel de los países europeos en la guerra de Libia, y el papel de la UE en los procesos de transición de Túnez y Egipto.
En enero de este año, se produjeron varias revueltas en cadena en los países árabes del Norte del Mediterráneo. Ahora mismo continúan en Libia o Siria, mientras los países iniciadores, Túnez y Egipto, tienen que encabezar un proceso de transición hacia un modelo que contempla la independencia, la libertad y la justicia social. Valores por las que han luchado durante meses.
Si hacemos un balance, Egipto y Túnez están consiguiendo sus objetivos, pero las revueltas en los otros países se encuentran actualmente estancadas. En cuanto a Libia y Siria, podría decirse que la situación es de guerra civil.
Lo que ocurre en la otra orilla del Mediterráneo tendrá repercusiones en la Unión Europea. De hecho, ya las han tenido, si tomamos en cuenta la ola de inmigrantes que acuden a Italia, lo que provocó un nuevo planteamiento, más estricto de los Acuerdos de Schengen.
Por pertenecer esos países a nuestra vecindad, el papel de la UE es imprescindible frente a los acontecimientos generados por las revueltas. Ahora, la región se encuentra en un momento de transición, que es de los más críticos. Por eso, la UE tiene que apoyar esa transición y adoptar una política de vecindad constructiva hacia el Norte de África, dado que esas Revoluciones también quieren promover un cambio de la imagen del Mundo Árabe hacia el exterior, conformándose con valores democráticos y liberales. Por consiguiente, la UE tiene un papel importante en esos procesos de democratización, aunque lo desarrolle por motivos de interés o de seguridad.
Consta subrayar que actualmente la UE tiene mala prensa en la región, por culpa de las pasadas amistades de sus gobiernos nacionales con los regímenes autoritarios (por ejemplo los de Gadafi en Libia o de Ben Ali en Túnez), vistas entonces como un medio de alcanzar a toda costa la seguridad y la estabilidad de la zona sin tomar en cuenta las demandas de la población. Con las revueltas, aparece claramente que esa “Realpolitik” aplicada al Norte de África es un fracaso : no sirvió para nada apoyar a poderes fuertes (o sea, a los regímenes autoritarios previos) para permitir la seguridad del Mediterráneo.
Por eso el papel de la UE es aún más importante para asegurar la zona y mejorar su imagen hacia sus vecinos directos, y para eso es necesario promover un cambio de nuestras relaciones hacia el Mediterráneo. En efecto, tienen que dejar de basarse en asuntos de seguridad para crear las condiciones de un diálogo común intercultural e interreligioso entre sociedades abiertas y liberales.
Por eso, habría que crear un marco al desarrollo de una verdadera política hacia el Mediterráneo, que ahora está muy confusa y dependiente de varias entidades, con el Proceso de Barcelona, la Unión por el Mediterráneo y la Política de Vecindad.
Pero actualmente frente a esos acontecimientos, la UE muestra sus debilidades en materia de política exterior y de seguridad así como sus divergencias.
La UE carece de una política exterior común. Lo dejó muy claro el caso de Libia, con el rechazo alemán de intervenir que ha llevado a unas participaciones nacionales europeas, con una implicación de varias Estados Miembros en una operación recuperada por la OTAN, pero no de la UE en su conjunto.
Eso viene favorecido por el paradigma actual dominante en las Relaciones Internacionales que le da más importancia a las grandes potencias dentro de la UE como Francia, Reino-Unido o Alemania que a las organizaciones europeas. Eso impide una acción conjunta de la UE como entidad propia, y conforma la OTAN en su papel de entidad militar de la UE. En efecto, la OTAN sigue siendo la organización de seguridad europea por no haberse desarrollado todavía en el marco de la UE una verdadera política de defensa y de seguridad común. Por consiguiente, la UE actualmente falta de líderes europeos tal como de una opinión pública europea implicada para poder construirse como un actor global.
La intervención en Libia a pesar de las críticas que se le dirigen, tuvo efectos positivos, ya que permitió mantener viva la rebelión de Bengasi y vigente el Consejo Nacional de Transición, y evitó una matanza dado que Gadafi tenía prevista una agresión directa en contra de su pueblo, y que los jóvenes rebeldes no tienen ninguna experiencia de la guerra.
Además, las consecuencias de esas revueltas, como las olas migratorias hacia los países del Sur de Europa, han contribuido a desunir aún más a la población europea.
Pero las revueltas árabes dan a ver una nueva imagen, más positiva, de estos países. Además, es muy posible que influyan indirectamente sobre otros cambios por la región. En efecto, esas revueltas populares espontáneas ponen en cuestión el autoritarismo, que ha sido la norma por la zona.
Así, en Marruecos, se nota un cambio también bajo el mandato de Mohammed VI. Aunque sigue siendo un régimen híbrido y ambiguo, se ha puesto en marcha un calendario de reformas con la redacción de una nueva Constitución y la previsión de varias reformas políticas imprescindibles para acompañar el proceso global. Se toma más en cuenta las demandas de la población que quisiera ver evolucionar el régimen hacia un modelo de monarquía parlamentaria de corte europeo, como en España por ejemplo.
Es temprano para juzgar las revueltas árabes y hacer un balance de sus logros ya que no tenemos suficiente perspectiva. En efecto, todavía no se ve una salida clara en Libia, la comunidad internacional no sabe cómo actuar con Siria, las transiciones en Túnez y Egipto son frágiles y vulnerables.
Pero es del deber del Occidente y de la UE como vecino directo de respaldar estos países en sus transiciones hacia la democracia y de hacer olvidar que, como lo declaró la ministra de Defensa C.Chacón hace poco, la UE ha sido complaciente con las dictaduras magrebíes.
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