¿Quo vadis Italia?

Vivía en Roma cuando en 1987 los italianos recibieron con gran júbilo la noticia del sorpasso a Gran Bretaña. Su renta per capita había superado a la de los ingleses. Solamente el astuto Andreotti comentó: “estas cosas no se celebran”. Hoy la renta de los italianos es el 80 por 100 de la de los británicos. En el año 2006, poco antes del comienzo de la Gran Crisis, la renta per capita de Italia era el 108 por 100 de la media de la Unión Europea. En 2017 había bajado al 96 por 100.
En aquella Italia del sorpasso la sociedad italiana vivía con fervor el proyecto de construcción europea. Acaso era una de las naciones con mayor sentimiento europeísta en aquella Europa de los Doce, tras la reciente incorporación de España y Portugal. Claro es que no fue así al principio. De Gasperi tuvo que librar una gran batalla política al comienzo de los años 50 para lograr una sólida mayoría favorable a la integración europea. Pero contó con la fuerte oposición de comunistas y parte de los socialistas que veían en la Europa de la CECA y del Mercado Común un proyecto para apuntalar el capitalismo y al servicio del “imperio americano”. Mas la Europa Unida le fue muy bien a Italia y la “economía social de mercado”, base del modelo socioeconómico europeo, no era tan mala como la habían pintado. Y, así, el comunismo italiano viró y al comienzo de los años 70, con Berlinguer como líder, aceptó la Europa integrada y las bases políticas (democracia liberal) y socioeconómicas sobre las que se sustentaba. Italia colaboraba sin reticencias en los avances del proyecto europeo y algunos de los pasos dados llevan el sello italiano.
Aquella Italia ya no existe. ¿Qué ha pasado para que se haya convertido en estos momentos en uno de los pueblos en que la hostilidad hacia Europa haya cobrado más fuerza? Han pasado fundamentalmente dos cosas. La primera es que desde los años noventa la economía italiana vive un prolongado período de estancamiento, al no haber sido capaz de llevar a cabo las reformas imprescindibles para mantener con vigor su tejido productivo en el mundo globalizado. La segunda, que esa incapacidad de hacer reformas ha obedecido a causas políticas. La “revolución de los jueces” en la primera mitad de los años noventa se llevó por delante a los partidos políticos protagonistas de la “primera república”. El sistema de partidos se descompuso y no ha sido capaz de sustituirlo con actores nuevos estables y con capacidad de gobernar en serio. La derecha, tras el colapso de la democracia-cristiana, se entregó a un falso salvador (Berlusconi), que en sí era una anomalía democrática. Y la izquierda postcomunista no encontró una fórmula de partido estable. El fracaso de ambos durante veinte años perdidos ha dado paso a una situación inédita. Solamente el gobierno Monti pretendió, a la desesperada, llevar a cabo una agenda reformista con un propósito modernizador, que a la postre fracasó también. El fracaso de Monti significó la gran oportunidad perdida para recuperar a Italia como agente activo del proceso de integración europea.
La situación inédita es que dos partidos emergentes (la Lega y 5 Stelle) se han repartido el poder, al formar un gobierno que ya ha sido bautizado como el “gobierno de los equívocos”. Han saltado por los aires todos los esquemas ideológicos, pero la alianza tiene un sentido. Han pretendido representar, distribuyéndoselas cada uno de ellos, a las “dos Italias”, la del norte y la del sur, cuya falta de integración ha sido uno de los fracasos de la “primera república”, con un discurso por ambas partes tan demagógico como contradictorio. Pero han captado el humor de la gente, su rabia, su desafección por los partidos “tradicionales”, y se han aprovechado de él.
Un elemento de este humor, mejor dicho, de este malhumor, es el antieuropeísmo. Es muy fácil, cuando las cosas van mal, buscar el chivo expiatorio. Y lo han encontrado en la “Europa de Bruselas”. Uno y otro partido han atizado estos sentimientos con burdos mensajes, que resultan delirantes. Cuando en el verano pasado se derrumbó el puente Morandi de Génova, considerado como la joya de la ingeniería italiana, y fue una especie de humillación para el sentimiento nacional italiano, a Salvini no se le ocurrió otra cosa que culpar a Bruselas de la tragedia, “por las restricciones que imponía a Italia”. Pero el hecho es que esta propaganda está funcionando. De ser el país con más sentimientos europeístas en el pasado se ha convertido en el que encabeza el ranking del antieuropeísmo. En el último eurobarómetro (otoño de 2018) sólo el 39 por 100 de los italianos opinaban que la Unión Europea “era algo bueno” para Italia. (Recordemos que en España son el 68 por 100 que expresan esa afirmación) Y, ante la pregunta de si la pertenencia a la Unión Europea ha beneficiado o perjudicado a Italia, aparece una sociedad profundamente dividida: el 44 por 100 dice que le ha beneficiado, pero el 41 por 100 que le ha perjudicado, porcentaje mayor incluso que en el Reino Unido.
A pesar de ello, no habrá brexit italiano. Las fuerzas políticas italianas, incluso las corrientes más euroescépticas, saben bien que Italia no aguantaría fuera de la Unión Europea. Pero lo que sí está sucediendo es la mutación de la posición italiana en el seno de la Unión Europea. De ser un socio fiable y colaborador del proyecto de integración, se ha convertido en un socio no fiable, una rémora y un actor perturbador en las tomas de decisiones que ineludiblemente ha de afrontar la Unión.
El caso de Venezuela es muy revelador. Italia ha sido el Estado que más ha dificultado una toma de posición de la Unión Europea ante el drama venezolano. En el Parlamento europeo las fuerzas políticas que apoyan al gobierno Conti (cuesta llamarlo así, cuando tan sólo es una marioneta de los partidos que lo sustentan) se abstuvieron en la votación sobre el reconocimiento a Guaidó; pero lo que es delirante es que de los dos subsecretarios del Ministerio de Asuntos Exteriores, uno se haya manifestado a favor y el otro en contra, ante el clamoroso silencio del ministro.
Italia ha entrado en recesión, con un presupuesto irresponsable y con una orientación económica inapropiadas para enderezar la situación. ¿Cuánto durará el “gobierno de los equívocos”? Parece que tiene cuerda para algún tiempo y con ello tendrá que contar el futuro “gobierno europeo”, que ya no podrá tener a Italia como actor preferente para diseñar las políticas de la Unión. Aunque se produzca la paradoja de que tres de los puestos más relevantes de las instituciones europeas (Draghi, Tajani y Mogherini) estén ocupados por italianos. España debería estar muy atenta a esta situación, porque también es su oportunidad.
Pero a la postre el gobierno Salvini- Di Maio está abocado al fracaso. La Italia enferma de hoy sólo se salvará si hay una seria recomposición de las fuerzas de centro-derecha y centro-izquierda. La esperanza es que ya hay minorías que son conscientes de ello. El europeísmo tiene un papel clave para ayudarlas y fortalecerlas.

 

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