En abril de 1948 el Congreso de los Estados Unidos aprobaba un ingente plan de ayuda económica y financiera para la reconstrucción de la Europa devastada por la segunda guerra mundial. Ha pasado a la historia como el “plan Marshall”. El montante económico de la ayuda ascendió a 13.000 millones de dólares de la época, una cifra sin precedentes para programas de esa naturaleza. Los norteamericanos actuaron con inteligencia y lucidez. La Unión Soviética había comenzado su política de expansión en la Europa del Este y las incipientes democracias europeas estaban en grave riesgo de acabar en la órbita del totalitarismo soviético. El “plan Marshall” tenía el gran objetivo político de salvar y defender los “valores occidentales” en un momento en el que ya se había iniciado la “guerra fría”.
El éxito del “plan Marshall” -que duró hasta 1953- fue espectacular. Los historiadores han estudiado las claves de su éxito. Y han destacado, principalmente, dos: la estabilidad política de los países beneficiarios de la ayuda con instituciones democrática y seguridad jurídica; y, en segundo lugar, la buena formación existente en los cuadros medios de la sociedad europea, producto de unos sistemas educativos eficientes. Todos coinciden en que la ayuda venida del otro lado del Atlántico fue decisiva para la rápida reconstrucción de las economías europeas en ruina. También fue un factor que ayudó de modo determinante a dar los primeros pasos en la integración europea.
La Unión Europea debe tener hoy la misma inteligencia y lucidez que tuvieron los norteamericanos hace setenta años. Porque cada vez está más claro y hay un consenso más amplio que el gran problema de la inmigración no puede ya tratarse con parches y con medidas a corto plazo, que únicamente logran “aliviar” las situaciones de emergencia, que se reproducen sin solución de continuidad.
La lectura del comunicado de la última cumbre del Consejo Europeo produce una gran decepción. Es verdad que in extremis se ha alcanzado un compromiso de mínimos, cuyo valor estriba en que los miembros del Consejo, seriamente enfrentados, no han roto sus hostilidades. Es curioso observar que en el documento están expuestas todas las dimensiones de la compleja cuestión. Sus redactores saben de qué se trata. Pero su penosa lectura revela una gran impotencia. La Unión Europea retrocede en el uso de sus facultades. La palabra “voluntariedad”, exigencia de varios Estados, se desliza a lo largo del documento. Los equilibrios marcan el tono del documento. Son equilibrios que conducen sólo a los parches.
Incluso cuando se aborda (punto 8 del documento) la “cooperación con África” para lograr “una transformación socioeconómica sustancial del continente africano” las orientaciones son sumamente válidas, pues inciden en los ámbitos en los que un adecuado plan de inversiones debería centrarse (educación, sanidad, infraestructuras, innovación…). Pero el apartado concluye con un más que decepcionante inciso: “El Consejo Europeo hace un llamamiento para que (la cooperación) siga desarrollándose y promoviéndose”. ¿Eso es todo?, queridos dirigentes europeos, podríamos preguntarnos. Porque, ¿a quién hacen ese llamamiento, acaso a ellos mismos?
Un “plan Marshall” para África lo único que necesita es voluntad política para definirlo y afrontarlo. La Unión Europea es una potencia económica con recursos suficientes como para promover una vasta ayuda al continente africano con una similar ambición a la de los norteamericanos en la postguerra europea. Poseemos un instrumento adecuado y experimentado, como el Banco Europeo de Inversiones, para canalizar la financiación. Y habría que crear una Comisaría ad hoc para la programación y ejecución del Plan, que debería contar con al menos un período decenal.
¿No necesita hoy Europa plantear un objetivo ambicioso, que demuestre a los ciudadanos europeos, a las perplejas opiniones públicas, que las razones de la Europa Unida son potentes y se proyectan al futuro? ¿No necesita hoy Europa una causa que aúne los esfuerzos y movilice a la sociedad europea? El Plan África sería la mejor decisión para salvar el espíritu de la Unión Europeo y los valores en que se sustenta.
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