Los desafíos de la carrera espacial europea, de Rosetta a Copernicus

Hace unos días, al inaugurar en Valencia una exposición gráfica, el portavoz de la Agencia Espacial Europea (ESA), el español Jaime Ventura-Traveset lo dejaba meridianamente claro: “El sector espacial europeo ha pasado de no ser nada a ser uno de primer plano en el mundo. Hemos hecho cosas que no ha hecho nadie como, por ejemplo, hemos aterrizado en un satélite de Saturno, Titán; hemos recientemente aterrizado en un cometa y vamos a seguir su trayectoria durante un año; tenemos una industria espacial que está al primer nivel mundial en competitividad, una ciencia espacial de primer orden, y todo eso con un gasto per cápita europeo que es 10 veces inferior al que hacen los norteamericanos en el espacio”.

Europa encara con dinamismo y responsabilidad los retos del 2015 en materia de carrera espacial y se ha convertido en un socio indispensable para Estados Unidos. Buena prueba de ello es que la ESA, organización donde España es miembro fundador, es la fabricante del módulo de servicio de la cápsula tripulada Orion -uno de los proyectos estrella de la NASA-, destinada a llevar en 2021 a varios tripulantes a la superficie de Marte o a un asteroide y que recientemente ha pasado con éxito una prueba crítica de despegue y amerizaje. El módulo de servicio made in Europe suministrará a la Orion funciones tan fundamentales como la propulsión, la energía, el control térmico y el almacenamiento y distribución de los consumibles de soporte vital.

El Planeta Rojo también es el ambicioso objetivo de la misión europea ExoMars, cuyo fin es encontrar allí vida presente o pasada y que incluye un vehículo róver. El primer lanzamiento está programado para 2016.

Entre los desafíos que tiene el sector destaca la adecuación del segmento de lanzadores espaciales europeos –encabezado por la empresa Arianespace- a un mercado mucho más competitivo que antaño, debido principalmente a la fuerte irrupción de empresas privadas estadounidenses como Space X que han abaratados los costes de los cohetes.
Y los Estados europeos están haciendo los deberes. En aras de objetivos estratégicos comunes, Francia y Alemania llegaron a un pacto de caballeros para primar el diseño y construcción de la lanzadera Ariane 6, la nueva generación de cohetes propulsores que debería seguir la estela de fiabilidad de los Ariane 5 (más de 60 despegues consecutivos exitosos) . Para esa tarea se van a destinar 4.300 millones de euros en una primera fase que culminará en 2020 con el primer despegue desde el Centro Espacial Europeo situado en Kourou, en la Guayana Francesa. El Ariane 6 será “competitivo, modular y no necesitará fondos públicos para su explotación” pues debería financiarse gracias al mercado comercial de los satélites de telecomunicaciones y de observación de la Tierra. Eso es lo que piensa Geneviève Fioraso, la ministra francesa responsable del sector del espacio. El Ariane 6 tendrá dos configuraciones dependiendo de sus clientes y ganará en flexibilidad para estar a la altura de sus competidores globales: EEUU, Rusia, China e India. La versión pesada podrá levantar hasta 11 toneladas y situarlas en una Órbita Geosíncrona de Transferencia (GTO), con un coste por lanzamiento de 85 millones de euros. La versión ligera se quedará en 7.000 kilos y 65 millones.

La mejora de la competitividad es la razón última de decisiones estratégicas como la reciente creación de una joint venture entre Airbus Defence and Space, la división espacial del Grupo Airbus, y la compañía Safran, especializada en la construcción de motores de cohetes.

La Estación Espacial Internacional (ISS), el laboratorio orbital más caro del mundo (100.000 millones de euros), es otra de las prioridades del programa espacial europeo. Actualmente hay una astronauta a bordo de la plataforma, la italiana Samantha Cristoforetti, y durante el año que viene está prevista la llegada de otros dos astronautas miembros de la ESA, el danés Andreas Mogensen, que pasará 10 días en septiembre, y el británico Tim Peake.

La ISS, que flota a unos 400 kilómetros del suelo, y en cuyo programa también participa el Gobierno español, juega ya un papel destacado en la investigación científica mundial especialmente en el campo de los experimentos en ambiente de microgravidez.

Cientos de científicos y desarrolladores han podido utilizar sus instalaciones probando sus proyectos o aplicaciones. La existencia misma de la Estación –donde cooperan a diario Europa occidental, Rusia, Japón, Canadá y Estados Unidos- representa la mejor prueba de una sólida cooperación internacional que no se ha resentido con las últimas crisis geopolíticas, como el caso de Ucrania, por ejemplo.

De todos estos progresos se benefician tres grandes programas europeos, el Copernicus, el Galileo y el Meteosat.

El Copernicus se basa en una constelación de satélites de observación de la Tierra. La plataforma radárica Sentinel 1A, lanzada en abril y donde han participado hasta 11 empresas españolas, es la primera de este proyecto de observación de la Tierra (anteriormente conocido como GMES), que prevé la utilización de más de 40 plataformas, la creación de 80.000 puestos de trabajo y una inversión de más de 30.000 millones de euros. La Comisión Europea tiene previsto aportar un presupuesto global de 7.500 millones de euros.

El objetivo de Copernicus es crear una red satelital europea duradera capaz de recoger y evaluar datos medioambientales y cubrir ciertas necesidades humanitarias y de seguridad civil.

El programa Galileo, no menos ambicioso, desarrollado por la Unión Europea, se enfoca en la navegación y posicionamiento por satélite bajo control civil y ha nacido para convertirse en la competencia europea del GPS norteamericano y del Glonass ruso.

Ya hay seis satélites en el especio, aunque los dos últimos tuvieron problemas en su posicionamiento orbital lo que obligó a los especialistas de la ESA a tirar de ingenio y recuperar al menos a uno de ellos para el servicio.

El proyecto, valorado en 5.400 millones de euros, prevé una constelación de 30 plataformas y varias modalidades de servicios: comercial, rescate y salvamento, abierto…

Finalmente el Meteosat, es decir, los satélites meteorológicos tan conocidos por los ciudadanos. Aquí ya se trabaja a buen ritmo en una tercera generación (MTG) de plataformas situadas en órbita geoestacionaria (GEO) y en una segunda generación en órbita polar (Met Op SG), lo que hará que Europa vaya a seguir manteniendo la mejor red de pronóstico climatológico por satélite de todo el planeta.

Y en el plano estrictamente científico, el próximo verano podría ser muy excitante para la ya famosa misión Rosetta –hito indiscutible de la carrera espacial internacional- pues en agosto podría reactivarse el robot Philae que continúa anclado y ‘dormido’ en algún cráter del cometa 67P Churyumov-Gerasimenko que viaja camino hacia el Sol.

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