El historiador Federico Chabod afirmó que fueron los factores morales los que tuvieron primacía absoluta en la formación del proyecto de integración europea, el que se inició tras la segunda guerra mundial. La lectura de los textos y discursos de los “padres fundadores” corrobora esta afirmación. La creación de una “Europa unida”, con la puesta en común de elementos de la soberanía de los Estados, fue percibida como la única vía para garantizar una paz duradera en el continente sin nuevas pretensiones de dominación de unos Estados frente a los otros. Quienes han tenido esa visión y la han asumido con convicción han sido los mejores hacedores del proceso de integración. Helmut Kohl, desde luego, pertenece por derecho propio a esa estirpe de políticos. En la hora de su muerte merece en justicia el más sentido reconocimiento de su obra en favor de la causa europea.
La “cuestión alemana” estaba en el centro de las preocupaciones de quienes diseñaron esa “Europa unida”, que había de ser radicalmente diferente a la “Europa de Westfalia”. ¿Qué había que hacer con Alemania, la potencia agresora, que, con Hitler, había llevado hasta el delirio una voluntad de dominación opresora y conculcadora de los más elementales derechos humanos? La cuestión era angustiosa, porque no se podía borrar de un plumazo al pueblo alemán. La política de humillación y de castigo había dado pésimos resultados tras la primera guerra mundial. Se fue abriendo paso la idea de que resolver la “cuestión alemana” era una tarea doble: una tarea de los alemanes, pero también de los europeos en su conjunto. Sólo podría salir bien mediante una intensa complicidad entre ambos actores. La complicidad significaba comprensión mutua, reconciliación, “sanación moral”, asunción de culpas y la apertura de nuevas vías de cooperación, entendimiento y búsqueda de un “destino común”.
Antes de acabar la guerra el influyente pensador católico Jacques Maritain había preconizado desde su exilio en los Estados Unidos “una Alemania federal en una Europa federal” como fórmula para edificar la nueva Europa. Adversario acérrimo del concepto de soberanía estatal, Maritain propugnaba un modelo basado en la mayor descentralización política posible, precisamente con el fin de evitar poderes fuertes con tentaciones de dominación. La correlación del modelo federal para Alemania y Europa resultó una idea fecunda, que fue ganando adeptos. Adenauer fue un defensor de este planteamiento y promovió la estructura federal del nuevo Estado alemán, que se plasmó en la Ley Fundamental de Bonn de 1949. Y, al mismo tiempo, libró una dura batalla política con el entonces líder de la socialdemocracia alemana, Kurt Schumacher, que mantuvo una radical oposición a cualquier cesión de soberanía de Alemania, como defendía el canciller Adenauer en los primeros pasos de construcción de la Unión Europea.
Helmut Kohl sufrió en su niñez y adolescencia los horrores de la segunda guerra mundial e incluso fue movilizado en sus momentos finales cuando tan sólo tenía quince años. Vivió su juventud y sus estudios universitarios en la dramática y penosa situación de la Alemania de la postguerra y se afilió muy temprano a la CDU, en la que desarrolló toda su dilatada trayectoria política. Helmut Kohl contaba con una sólida formación histórica y nunca dejó de reflexionar sobre el engarce de Alemania en Europa a partir de su experiencia vital. Y llegó a la conclusión de que sólo sería fecundo un futuro de Alemania profundamente arraigada en Europa. De ese modo se convirtió en un europeísta convencido. “La política de integración europea es en realidad una cuestión de guerra o paz para el siglo XXI”, llegó a proclamar.
Cuando llevaba ya ocho años como canciller se produjo la caída del muro de Berlín, el acontecimiento histórico más importante en Europa tras la segunda guerra mundial. Y ante el nuevo e inédito escenario Kohl demostró sus dotes de estadista, su enorme capacidad política y su sentido de la historia. Porque podemos decir que en ese trance, que abría muchas esperanzas, pero que también suscitaba temores, Kohl acertó y el rumbo que marcó en los dos años sucesivos fue enormemente beneficioso para Alemania y para el conjunto de Europa. La reunificación alemana era inevitable. ¿Quién podía defender la ficción de “dos Alemanias”? Hubiera sido un dislate con consecuencias a medio plazo de enorme riesgo para el futuro de Europa. En el asunto de la reunificación Kohl demostró que en los momentos decisivos las razones de orden moral y político deben prevalecer sobre las utilitaristas y pragmáticas. En contra de los economistas que defendían el doble marco, Kohl impuso la reunificación plena con todas sus consecuencias, a pesar del esfuerzo que ello conllevaba.
Pero, al mismo tiempo, Kohl se dio cuenta de que la “gran Alemania” sólo era digerible al resto de Europa mediante una profundización de la integración europea, dando un decidido paso adelante hacia una Europa más federal. Maastricht fue la plasmación de ese avance, que todavía no ha sido digerido por todos los reticentes al proyecto de integración europea. Sin Kohl los avances de Maastricht y la creación de la moneda común no hubieran sido posibles. Pero también hay que reconocer que los otros dirigentes europeos, desde Mitterrand a John Major, pasando por Felipe González, comprendieron el sentido de ese momento histórico. Fue una de las páginas más brillantes del proceso de integración europea.
Pero la contribución de Helmut Kohl a este capítulo de la historia europea no estuvo sólo en el terreno de las decisiones sino también en el terreno de la pedagogía. Kohl supo ver y supo defender las profundas razones históricas del engarce de Alemania en Europa. Sólo con un ámbito de soberanía compartida, sólo con la “conciencia del ser europeo”, que no tiene que anular las conciencias nacionales, Europa puede ser un proyecto y una realidad de paz y puede desempeñar un papel en el mundo. Lo defendió con vigor ante sus compatriotas. Este es un legado que agiganta su figura, le da dimensión histórica y le convierte en un referente para el futuro. Porque la idea de Europa de Kohl es perfectamente compartible; es la que, precisamente en las presentes circunstancias, hay que tener en cuenta ante los desafíos a los que nos enfrentamos los europeos.
Descanse en paz Helmut Kohl, un gran bienhechor de Europa.
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