Si para poder comprender la historia de Rusia, la geografía es una herramienta imprescindible, para entender su política actual el uso de la ciencia de los territorios, resulta ser necesaria, pero también insuficiente.
Señalaba Ana de Palacio en un reciente artículo (El País, 11 de octubre) que la equivocada Política Europea de Vecindad y el confuso enfoque de la política energética eran los dos factores que habían alimentado las tensiones en Ucrania y la rivalidad de la Unión Europea con Rusia. Pocas certezas explican mejor la situación que las descritas por la ex ministra española de exteriores. Pero cuando la geopolítica se sirve como plato estrella en la mesa de las relaciones internacionales, el convidado más ilustre del banquete suele ser el pasado.
El tamaño del país más grande del mundo ha sido históricamente un elemento distorsionador y determinante tanto para los estadistas occidentales como para los estrategas rusos. La preocupación de Napoleón o Hitler por dominar tan vasto territorio no era tan diferente de la de Stalin, o ahora la de Putin, por defenderlo. La “hiperextensión”. De la cual hablaba hace años el historiador Paul Kennedy para explicar la inflexión a la que se ven abocadas las grandes potencias cuando su territorio entra en colisión con sus capacidades para aprovecharlo en términos económicos y protegerlo en términos de seguridad. Rusia es un estado “hiperextendido”. Lo es tanto, que el país se encuentra distante y marginado de algunos importantes procesos que la globalización está desarrollando en este siglo.
No puede pasar desapercibido que para llegar al emergente Índico, Rusia tiene que cruzar los desiertos o las montañas de Asia. Tampoco puede hacerse presente en el Sudeste Asiático sin que alguna de las tres potencias más influyentes, China, Japón o Estados Unidos, quiera compartir su liderazgo con los rusos. Para llegar a Europa, los intereses rusos tienen que atravesar una barrera de estados (Ucrania o Turquía entre otros) que prefieren acercarse a Europa sin Rusia antes que alejarse de Europa con ella. A nadie debe extrañar que Crimea o la alianza con Siria, resulten ser tan cruciales actualmente porque, con este panorama geoestratégico, Vladimir Putin se debe de sentir cada vez menos grande y más indefenso. Más aún, si tenemos en cuenta que Estados Unidos negocia el Acuerdo Trasatlántico de Libre Comercio (TAFTA) con la Unión Europea y otro similar con sus principales socios asiáticos, lo cual podría incluso apretar las ataduras de un estado “hiperdebilitado”.
Para fortalecer la adhesión de su decreciente población, el gobierno y muchos políticos rusos utilizan los argumentos del orgullo nacional y del vigor de su influencia exterior. Pero la cultura tradicionalista del país permanece rodeada por las mismas influencias que la han presionado y aprisionado históricamente: el poder de atracción occidental, la amenaza del integrismo religioso y la rivalidad con las potencias vecinas.
El segundo factor al que se refería De Palacio, era el energético. Sugería la ex ministra la necesidad de construir una política comunitaria en esta materia que recompusiese los errores provocados por la disparidad de criterios pasados y diese a la vez coherencia a los esfuerzos por afrontar un futuro energético que se antoja más prometedor. Pero las relaciones con Rusia en esta materia, más que atemperarse, pueden convertirse en un punto de mayor fricción.
Las perspectivas del orden energético serán muy diferentes de las que hemos conocido en las últimas décadas. La multiplicación de países exportadores y de actores productores de energía; el descubrimiento del gas y el petróleo de esquisto y el desarrollo en Estados Unidos, Canadá y Australia de tecnologías rentables para su transporte y comercialización; la estrategia norteamericana de autoabastecimiento que convertirá en pocos años a Estados Unidos en el principal exportador de energía. Y, sobre todo, las consecuencias de este inminente panorama de energía abundante sobre los precios, que tenderán a bajar significativamente y que, de hecho, ya se resienten en nuestros días. Todos ellos son factores de transformación sobre la geopolítica de la energía que van a afectar de manera determinante a los países productores tradicionales.
El Director Adjunto del Instituto de la Energía de la Universidad de Texas, Aviezer Tucker aseguraba en un reciente dossier de La Vanguardia lo siguiente: “Los importadores, sobre todo Europa en general y el viejo bloque soviético y Alemania en particular, hubieron de prestar especial atención a las políticas, los intereses y exigencias de los exportadores de energía y tolerar su política exterior agresiva. Todo ello está llegando a su fin en la actualidad.” En el caso de Rusia, los temores a que ese final llegue de manera radical y crítica son quizá más grandes. El 70% del presupuesto nacional se financia con los ingresos de la energía, por lo que cualquier alteración en los precios incide en la política general rusa. Pero si no se tratara de una mera alteración si no de una bajada constante, algunos expertos recuerdan que tanto la Unión Soviética en los años 80 como el mandato de Yeltsin en los 90, se derrumbaron durante periodos de precios bajos.
Además, el traslado del extraordinario caudal oleo gasístico ruso es caro porque las distancias son largas y complejas y las inversiones necesitan un tiempo considerable para poder rentabilizarse. En este sentido, el mercado europeo puede ser suficientemente rentable siempre que los términos de los acuerdos se adapten a los nuevos tiempos, menos favorables para los gigantes corporativos y estatales tradicionales, según todos los indicadores. Y en cualquier caso más estable que el mercado asiático y chino, que hasta ahora se ha nutrido de la mejor oferta sin importarle otros condicionantes.
Europa y Rusia deben comprender los cambios del siglo XXI de manera conjunta. El alarmismo y la presión no pueden ser los argumentos en un mundo abierto a la innovación y a la negociación entre actores. El impulso de la Comisión Europea al Servicio Europeo de Acción Exterior será uno de los principales cauces para el desarrollo de una reevaluación de la política de la Unión Europea con Rusia, tal y como adelantó Federica Mogherini en una reciente intervención en la Parlamento Europeo. El primer paso para esta recomposición política de las relaciones bilaterales es el avance en la resolución del conflicto en Ucrania. Tanto en el cumplimiento del protocolo de alto el fuego y retirada del personal militar ruso como en el respeto a las decisiones de los ucranianos a través de sus instituciones legítimas y democráticas.
La vecindad no puede ser entendida como una imposición cultural de patrones de conducta, como tantas veces ha sido entendida en el pasado. Pero tampoco puede entenderse fuera de un ámbito de libertades, compromisos y respeto por los marcos legales.
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