Europa en la encrucijada

Decir que Europa está en la encrucijada parecería una obviedad. Pero, después de las elecciones transcurridas (las previstas en Holanda y Francia y las imprevistas en Reino Unido) y a la espera de las alemanas, ya despejadas de riesgo populista por lo que parece, es una afirmación nueva. Y llena de sentido. ¿Qué podríamos haber dicho ante una victoria de Wilders?, ¿qué con un triunfo de Le Pen? Europa, por lo tanto, se encuentra en la encrucijada… de la oportunidad.

Pero lo que ocurre con las encrucijadas es que el conductor del vehículo -o el modesto caminante- pueden elegir entre la carretera que le lleva adelante, las que le conducen a hacerse a un lado u otro o las que le sitúan en la marcha atrás. Y todos son posibles en este momento.

Si consideramos además que la negociación del Brexit consumirá -como ya lo está haciendo- cuantiosos recursos humanos y de tiempo, recursos que sin duda habrán de detraerse de los que deberían emplearse en la tarea de la construcción de la nueva Europa, las noticias no serían muy halagüeñas para quienes pretendemos una configuración política, económica y fiscal más ambiciosa para nuestro viejo continente.

Estados Unidos y Rusia empujan hacia el fortalecimiento de los populismos y el consiguiente debilitamiento de la Unión Europea. Datos ambos que son objetivamente preocupantes pero que yo entiendo más como un acicate para nuestra integración que para nuestra desintegración; no en vano, como decía Toynbee en su «Estudio de la Historia», son los retos y la respuesta de las civilizaciones a los mismos las que constituyen la clave del mantenimiento y caída de las civilizaciones. Se puede, en efecto, «morir de éxito», como dijo una vez Felipe Gonzalez; una muerte dulce, pero una muerte al cabo.

De lo que se trata es de la pervivencia de Europa, que será posible sólo si es capaz de reinventarse a sí misma. Una reinvención que deberá formularse en el doble argumento del crecimiento y de su redistribución. Y para ello el norte debería ser consciente de que no puede mantener por mucho tiempo el superávit fiscal y que tendrá que contribuir al desarrollo de los países del sur de Europa. En este sentido, la unión económica y fiscal debería quedar completada y la bien conocida creación de los bonos compartidos de la deuda -de la futura- estarían en el mismo esquema de una nueva solidaridad europea, basada siempre en la responsabilidad contrastada y controlada de los países miembros.

Es verdad que la fatiga que afecta a la sociedad de consumo europea dificulta de modo notable el crecimiento, aún cuando existan aún capas de pobreza, familias que no llegan a fin de mes, segmentos en los que el consumo aún podría acrecentarse… pero también es verdad que Europa debería hacer frente al reto de su propio sistema de bienestar, lastrado por una pirámide de edades que nos empuja hacia el fondo. El reto de la emigración, con sus dificultades en la importación de hábitos que poco tienen que ver con los europeos, deberá ser uno de los asuntos a resolver por nuestras autoridades comunitarias y nuestros políticos, a quienes se les exija poner en marcha políticas inclusivas desde el punto de vista cultural, educativo y urbanístico, antes que cerrar las fronteras a su acceso a nuestras comunidades. España es un ejemplo de las políticas razonables a seguir.

Y junto al crecimiento, la redistribución. Los votantes populistas franceses y los holandeses -y los que les sigan en Alemania- nos están señalando un grito de insatisfacción de una sociedad preterida por la globalización a la que debemos atender como una de nuestras principales prioridades. Apostar por Europa no puede significar que aceptemos como inevitable que haya gente que quede atrás. Gobernar para todos significa gobernar principalmente por los que están retrocediendo en un mundo nuevo, en un modelo económico en el que el trabajo sin cualificación poco puede aportar -en especial si a éste le añadimos el necesario que aporte la emigración-. El reto de la formación, unido a las respuestas específicas para los colectivos que no son susceptibles de incorporarse a la nueva economía, se constituye. en elementos principales para ser unidos al binomio crecimiento y redistribución.

Quienes han querido seguir los cantos de sirena del populismo creen que nada tienen que hacer más allá que seguir las respuestas fáciles que les proponen. «¡No cambiéis!», les dicen. «Sólo tenéis que votar por nosotros, que os libraremos de vuestros problemas sin que a cambio tengáis que poner nada de vuestra parte». «La culpa -les animan- la tienen la casta -populismos de izquierda-, o la casta y los emigrantes -populistas de derecha-. En realidad se trata de respuestas tan simples como falsas. Cerrar las fronteras, culpabilizar a unos pocos… con eso habrán ganado una pequeña batalla -los votos- que les conducirá sin duda a las más cruenta de las derrotas -el fracaso de esas sociedades.

El mundo está en movimiento y si pretendemos pararlo seremos nosotros mismos quienes nos quedemos atrás. No otra cosa nos demostraron la guerra civil y el franquismo a los españoles. Y ya nos costó mucho trabajo, mucha hambre, mucha represión y distancia con nuestros vecinos para que nos volvamos a embarcar en esa misma nave que nos lleve a ninguna parte.

Europa sigue siendo nuestro gran proyecto, el de las generaciones que nos hemos ido haciendo mayores construyendo una sociedad democrática que algunos han querido destruir a fuerza de corrupción, de nacionalismos, de insolidaridad… Y lo sigue siendo porque solos no podemos apenas nada, más que engañarnos a nosotros mismos sobre la base de engañar a nuestros ciudadanos. La Europa que nos solucionaba a los españoles nuestro futuro en libertad y en crecimiento económico es la Europa de la que los españoles somos hoy parte y por lo tanto parte de nuestros problemas y de nuestras soluciones.

Una encrucijada en la que deberíamos sin duda escoger la carretera que avanza… con el retrovisor puesto en los que se quedan atrás, para incorporarlos a esa comitiva de progreso.

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