Cuando hay que pelear por lo evidente

Los europeístas estamos llamados el próximo 25 de marzo en Roma a una manifestación en defensa de la UE, de sus valores, de su historia y del proceso hacia la Unión Política. Ese día se cumplen 60 años de la firma de los llamados Tratados de Roma que alumbraron la Comunidad Económica y Europea, la base sobre la que años después se ha construido el instrumento más eficaz del Viejo Continente para hacer frente a los retos de la guerra y de la globalización, y que ahora se encuentra seriamente amenazado. Pero que nadie se confunda: el futuro de nuestra democracia está en la UE; o la fortalecemos, o me temo que no hay futuro.

Parece claro: es una operación matemática de pros y contras con un resultado aplastante. Y, sin embargo, hay que pelear por lo evidente. Porque surgen enemigos por doquier, a uno y otro lado del Atlántico y, muy especialmente, en nuestra propia casa. Toca moverse, más allá de las críticas que podamos hacer a algunas, o muchas, de sus decisiones, porque es la propia casa la que está en riesgo de colapso.

El autoritarismo se cuela en las elecciones

Holanda prepara elecciones para el 15 de marzo con propuestas que podríamos catalogar de pintorescas si no fuera porque tienen visos de triunfar: como la prohibición del Corán, el cierre de fronteras a los inmigrantes, la salida del euro y la recuperación del florín e, incluso, la convocatoria de un referéndum para salir de la UE. El ultraderechista Geert Wilders, líder del llamado Partido por la Libertad (PVV), condenado por incitar a la discriminación, está siendo empujado hasta la cima con propuestas como estas. El 15 de marzo tendremos un buen test para medir el avance del populismo xenófobo en Europa (¿o deberíamos llamarlo fascismo?).

Francia tiene cita con las urnas el mes de abril y todo parece indicar que la ultraderechista Marine Le Pen se alzará con el triunfo en la primera vuelta para perder en la segunda y definitiva con el independiente Macron (sondeos ‘dixerunt’). Recuperada la respiración, no deberíamos pasar por alto, sin embargo, el nocivo impacto que el discurso antieuropeo y xenófobo de «la salvadora de Francia», como se autodenomina la líder ultraderechista, puede provocar entre los ciudadanos del viejo continente.

Wilders, Le Pen, Farage… los tres discípulos aventajados de Trump, que anima a la salida de la UE y cuyos asesores solo le auguran apenas un año y medio de vida. Nigel Farage, líder de los euroescépticos británicos, y la primera ministra Teresa May, abanderan igualmente una pedagogía antieuropea, seguida con interés en Hungría o Polonia, sobre el incierto futuro de la Unión y la posibilidad de adhesiones a la carta.

En enero pasado en Coblenza pudimos escuchar a los principales líderes de la extrema derecha europea hablar de fronteras, de identidad nacional, de islamosocialismo… Es la autodenominada Europa de las Naciones y de las Libertades, el grupo que engloba en el Parlamento Europeo al Frente Nacional francés, el PVV de Holanda, La Liga Norte o la Alternativa por Alemania, de Frauke Petry.

Los europeístas estamos llamados el próximo 25 de marzo en Roma a una manifestación en defensa de la UE, de sus valores, de su historia y del proceso hacia la Unión Política. Ese día se cumplen 60 años de la firma de los llamados Tratados de Roma que alumbraron la Comunidad Económica y Europea, la base sobre la que años después se ha construido el instrumento más eficaz del Viejo Continente para hacer frente a los retos de la guerra y de la globalización, y que ahora se encuentra seriamente amenazado. Pero que nadie se confunda: el futuro de nuestra democracia está en la UE; o la fortalecemos, o me temo que no hay futuro.

Parece claro: es una operación matemática de pros y contras con un resultado aplastante. Y, sin embargo, hay que pelear por lo evidente. Porque surgen enemigos por doquier, a uno y otro lado del Atlántico y, muy especialmente, en nuestra propia casa. Toca moverse, más allá de las críticas que podamos hacer a algunas, o muchas, de sus decisiones, porque es la propia casa la que está en riesgo de colapso.

El autoritarismo se cuela en las elecciones

Holanda prepara elecciones para el 15 de marzo con propuestas que podríamos catalogar de pintorescas si no fuera porque tienen visos de triunfar: como la prohibición del Corán, el cierre de fronteras a los inmigrantes, la salida del euro y la recuperación del florín e, incluso, la convocatoria de un referéndum para salir de la UE. El ultraderechista Geert Wilders, líder del llamado Partido por la Libertad (PVV), condenado por incitar a la discriminación, está siendo empujado hasta la cima con propuestas como estas. El 15 de marzo tendremos un buen test para medir el avance del populismo xenófobo en Europa (¿o deberíamos llamarlo fascismo?).

Francia tiene cita con las urnas el mes de abril y todo parece indicar que la ultraderechista Marine Le Pen se alzará con el triunfo en la primera vuelta para perder en la segunda y definitiva con el independiente Macron (sondeos ‘dixerunt’). Recuperada la respiración, no deberíamos pasar por alto, sin embargo, el nocivo impacto que el discurso antieuropeo y xenófobo de «la salvadora de Francia», como se autodenomina la líder ultraderechista, puede provocar entre los ciudadanos del viejo continente.

Wilders, Le Pen, Farage… los tres discípulos aventajados de Trump, que anima a la salida de la UE y cuyos asesores solo le auguran apenas un año y medio de vida. Nigel Farage, líder de los euroescépticos británicos, y la primera ministra Teresa May, abanderan igualmente una pedagogía antieuropea, seguida con interés en Hungría o Polonia, sobre el incierto futuro de la Unión y la posibilidad de adhesiones a la carta.

En enero pasado en Coblenza pudimos escuchar a los principales líderes de la extrema derecha europea hablar de fronteras, de identidad nacional, de islamosocialismo… Es la autodenominada Europa de las Naciones y de las Libertades, el grupo que engloba en el Parlamento Europeo al Frente Nacional francés, el PVV de Holanda, La Liga Norte o la Alternativa por Alemania, de Frauke Petry.

Trump y la semilla del diablo

Los alemanes tienen cita electoral en septiembre y el resultado es fundamental para la estabilidad de Europa. Merkel vuelve a las urnas pero mucho han cambiado las cosas desde los últimos comicios. Hay un partido abiertamente nazi, legal (NPD, partido nacional demócrata) y en ascenso; y el ultraderechista Alternativa por Alemania, cuyo discurso antiinmigración está calando en el propio electorado de la canciller, quien, en un reciente encuentro con militantes de su partido, tuvo que escuchar calificativos de irresponsable, en el mejor de los casos, por dejar entrar a un millón de refugiados en 2015 procedentes de las guerras de Siria, Afganistán en Irak.

Y los Orban, Kaczynski… Lleve o no a cabo el presidente estadounidense sus amenazas contra la UE, lo cierto es que la semilla ya está sembrada: la semilla del diablo. Y no solo por el aliento y las ideas susceptibles de copia entre sus imitadores en Europa. Es peor aún el efecto que esas ideas y propuestas tienen indirectamente en los programas del resto de los partidos democráticos, temerosos de perder un electorado sensible a las invectivas populistas de sus adversarios ultranacionalistas. ¿Dónde quedarán los valores inspiradores de la UE? ¿Qué pedagogía antidemocrática estaremos inoculando entre la población? ¿No estaremos poniendo una alfombra roja al fascismo creciente?

Un proyecto federal europeo

Los españoles lo tenemos fácil para redoblar nuestro compromiso europeísta. Acabamos de celebrar los 30 años desde nuestra adhesión y, sinceramente, con volver la cabeza hacia atrás debería bastar. Pero es claro que nos encontramos ante una peligrosísima renacionalización del discurso político. En España y en Europa.

Por unas y otras razones, estamos ante una involución sin precedentes en el proceso de construcción europea, un proyecto que desde su inicio hace 60 años concitó no pocas esperanzas y que ahora hace aguas por todas partes, muy lejos del espíritu que lo inspiró.

Estamos en un momento en que oímos peticiones de adhesiones a la carta, velocidades diferentes, ilegales restricciones de derechos para los inmigrantes, cierre de fronteras, desmantelamiento paulatino del modelo social europeo… y eso exige el compromiso de todos los europeístas para revertir esta situación. Una unión política federal europea no es la panacea, pero nos ayudará en tiempos de cólera y globalización.

Publicado en: El Confidencial

 

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