Variables de un camino a lo desconocido

Nadie sabe que ocurrirá con el Brexit. Cada día que pasa, hay más comentarios que pronostican que el Reino Unido no llegará a mandar la carta al Consejo Europeo pidiendo la retirada de la Unión Europea (UE) y activando el artículo 50 del Tratado.

Argumentos para las dudas no faltan. El sistema político británico ha entrado en una grave crisis. Tanto los Tories como los Labours están descabezados y divididos. Los ganadores del referéndum huyen de su victoria como de la tormenta, poniendo en evidencia que no se atreven a gestionarla porque no saben ni qué, ni cómo, ni cuándo materializar una decisión que, en el fondo, no esperaban. Las mentiras de la campaña y las reacciones de los mercados a la economía y a la libra, ponen de manifiesto unos riesgos mucho más graves que los que se intuían. Para colmo, el país, el Reino Unido, está roto, social y territorialmente y nadie sabe cómo recomponerlo. En los pasillos de Bruselas y Estrasburgo deambulan dirigentes y emisarios de Escocia, Irlanda y Gibraltar buscando recónditos estatutos singulares para quedarse en la Unión, sin comprender, ni querer aceptar, que la negociación para la salida del Reino Unido les incluye a todo ellos. No hay, no puede haber, una negociación para que el Reino Unido se vaya solo un poquito o para que sólo se vaya una parte del país.

Si el Reino Unido materializa su decisión de salir, ¿la UE le requerirá para que lo haga rápido o quedará  a la espera? Es esta una delicada cuestión porque hay un interés político en que el proceso sea claro y suponga un serio revés para los británicos. De lo contrato, el efecto contagio de otros referéndums en otros países contra una Unión en horas bajas, es tan peligroso como probable. De ahí que los líderes de la Unión exijan prontitud a los gestores del “out” británico y endurezcan sus posiciones negociadoras  para que tan drástica situación no resulte, además, de frívola, gratis.

Pero, hay quienes, más prudentes, apuestan por “dejar morir” el Brexit en manos de sus vencedores, creyendo que las dificultades legales para tramitar la política de salida, tanto en Westminster como en el parlamento escocés, unidas a las consecuencias económicas que se producirán y a la crisis partidaria generada, acabarán por postergar “sine die” el inicio de la ruptura. Quienes sí razonan, llegan incluso a prever unas elecciones anticipadas, y quizás un nuevo referéndum.

¿Y qué ocurrirá si el Reino Unido ejerce el artículo 50 a la vuelta del verano? Pues, que se iniciaran las negociaciones para la salida aunque nadie sabe hacia dónde se orientarán los resultados de un nuevo marco Unión Europea-Reino Unido. Aquí las especulaciones son más abiertas todavía. Los más moderados creen que como buenos vecinos y pragmáticos gobernantes, conformaremos un marco de colaboración en el Mercado Único con las consiguientes libertades personales de circulación, etc. Pero, entonces, nos preguntamos muchos, ¿para qué se van?  Si tenemos en cuenta que uno de los sentimientos más favorables al Brexit ha sido el control de las fronteras (recuérdese la foto de Farage con el poster de la famosa cola de inmigrantes), ¿qué sentido tiene que el Reino Unido siga en el Mercado Único aceptando, como Noruega, la libertad de circulación?

Otros quieren que la salida sea dolorosa para que no cunda el ejemplo, pero, entonces, la sufriremos todos, también los europeos. Porque nuestro intercambio comercial podría volver a los aranceles y eso perjudicará gravemente a nuestras exportaciones, es decir, a nuestras empresas, empleos,.. etc.

Es aquí, donde otros sitúan un referéndum revocatorio del anterior, es decir, una vez conocidas las consecuencias de la salida, someter a ratificación del pueblo ese nuevo marco. De ser rechazadas, nos quedaríamos como antes, es decir, con el Reino Unidos dentro de la UE. Pero, claro, en este caso las consecuencias no son menos graves: ¿para qué hicieron el referéndum del Brexit?

En fin, ahí estamos. Todo confuso e impredecible. Cualquier cosa puede ocurrir. Mientras  tanto, Europa se pregunta qué parte de culpa tiene en el “No” británico y en consecuencia, qué debemos hacer para que las opiniones públicas de muchas naciones no se sientan tan contrarias al proyecto de integración. En septiembre se reúne el Consejo en Bratislava, pero no podemos esperar más. Una Europa más ajustada (menos grasa y más músculo se dice) pero más fuerte debe hacer frente a las grandes demandas ciudadanas: crecimiento económico y empleo, mejor democracia. Una Europa moderna, libre, competitiva, abierta, capaz de influir en el mundo. Ese proyecto sigue siendo el de una Europa unida en su diversidad como era nuestro eslogan. No la vieja Europa de naciones enfrentadas.

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