La Unión Europea sigue adelante

Una vez más los que se complacen en augurar catástrofes, han vuelto a equivocarse.

Hemos vuelto a escuchar que los populistas euroescépticos- ¿por qué no llamarlos claramente “eurófobos”- iban a ganar estas elecciones; que la Unión no resistiría este asalto y que el Parlamento Europeo quedaría bloqueado. Las mismas negras predicciones que vengo leyendo una y otra vez desde hace sesenta años; puro “wishfulthinking”.

Tampoco esta vez- ¿puedo decir que por fortuna? – ha sido verdad. Los europeos hemos ido a las urnas (no parece que con mucho entusiasmo) en proporción algo mayor que la última vez y el número de eurodiputados reticentes a una mayor integración ha crecido, desde luego, pero no tanto cómo para bloquear nada; ni nuevos avances ni el funcionamiento normal de la Unión.  Aunque algunos no quieren enterarse y movidos por su desconfianza, o por ignorancia de unos mecanismos que no acaban de entender, nos sigan contando que con el 30% o el 35% de los escaños se puede paralizar un Parlamento.

 

¿Consecuencias? Toda elección las tiene; esta, por lo pronto, confirma que la andadura europea no va a sufrir un parón, pues, se lean como se lean los resultados, queda claro que son más los ciudadanos que quieren que Europa siga uniéndose que los que quieren torpedearla. Ni a Trump ni a Putin les gustará, seguro, pero a los que militamos en el Movimiento Europeo nos hace felices y nos lleva a propugnar, una vez más, que es hora de no dormirse en los laureles, sino de seguir perfeccionando ese instrumento que arrancó el 9 de mayo de 1950, hace casi tres cuartos de siglo.

Los resultados de estos comicios de 2019 son expresivos: para que la Unión siga funcionando, seguirán siendo necesarios los pactos entre democristianos y socialistas (ahora también con los liberales), porque ninguno puede tirar solo del carro, y la ayuda de los verdes será en todo caso muy apreciada. Y entre “más y mejor Europa”, por una parte, y “menos Europa”, por otra, la opción ha sido clara.

No cabe, por tanto, dormirse en los laureles: hay que hacer frente sin demora a los retos que ya tenemos planteados, sociales, económicos, defensivos y de política exterior. A todos nos esperan otros cuatro años de trabajo duro con un mandato claro: avanzar, avanzar y avanzar.

La Unión Europea no es una estructura acabada, sino un ente en fase de desarrollo. Nos falta establecer entre todos unas condiciones de trabajo, que no pueden ser uniformes (como no lo son en el interior de ninguno de nuestros países), pero sí mínimamente homogéneas y suficientes para ir reduciendo las diferencias de renta, un marco aceptable para la inmigración, una fiscalidad menos dispar, terminar la unión económica, ejecutar y completar los proyectos de defensa común, etc, etc.

La Unión no despierta entusiasmos, ni está pensada para reemplazar los patriotismos nacionales o locales, que seguirán existiendo. Pertenecer a ella es una elección racional, una necesidad en un mundo de grandes potencias. Así lo ven y así han votado una vez más siete de cada diez votantes.

Tras sesenta y nueve años de vida y tres de ver cómo nuestros socios británicos siguen debatiendo angustiosamente su salida, no está mal, francamente nada mal.

 

Fdo.: José Mª Gil-Robles

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