Europa no puede permitirse fallar

La Unión Europea se enfrenta por primera vez en su historia a un Primer Ministro de un estado miembro que no cree en los principios que han guiado su fundación y desarrollo: el diálogo, la negociación, el consenso y el respeto a los acuerdos. Probablemente, Alexis Tsipras no cree ni siquiera en la UE, a la que se solo es capaz de ver desde un prisma ideológico virulento en el que solo cabe definir al resto de socios comunitarios  como enemigos e, incluso, en palabras de su ex Ministro de Economía, Varufakis, “terroristas”.

Con esa concepción antieuropea, Tsipras ha ganado un referéndum convocado con una semana de antelación, una pregunta formulada de tal manera que llevaba casi explícitamente al NO y una campaña agresiva hasta el límite que, entre otras cosas, ha terminado dividiendo gravemente a la ciudadanía griega entre los que se arrogan la defensa de la patria y acusan a los demás de traidores y quienes opinan que el futuro del país pasa en pura lógica por su pertenencia a la UE.

Conviene que la UE no olvide (algo ya imposible a estas alturas) que su interlocutor en Atenas es un Gobierno formado por la extrema izquierda radical y la extrema derecha nacionalista y xenófoba, que en el referéndum ha recibido todo el apoyo del partido filonazi Aurora Dorada. Ese es el punto de partida para el día después, no otro.

A pesar de todo, la UE (sus instituciones y sus estados miembros) debe mantener la sangre fría y poner por encima de cualquier otra consideración la defensa de los europeos, incluidos los griegos. Tiene que intentar de nuevo llegar a un acuerdo razonable con el Gobierno de Atenas sobre el pago de las deudas de Grecia y las condiciones para recibir nuevos fondos que impidan que esa nación se precipite a la catástrofe económica y social a la que le puede arrastrar la irresponsabilidad de sus gobernantes.

Ni la UE ni el euro están en peligro, por mucho que los que desean que así fuera (incluido algún Premio Nóbel adorador del Dólar al que ver un euro le produce tantos escalofríos como ver al Diablo) lo repitan. Pero hay que evitar que la cohesión política alcanzada y la recuperación económica iniciada tras siete años de crisis se resientan.

Sentarse a negociar con Tsipras no es fácil, lógicamente, porque cualquier gobernante comunitario sabe perfectamente que su carencia de principios comunitarios y su demagogia le han convertido para siempre en un interlocutor no creíble, en un Caballo de Troya del antieuropeísmo. Pero hay que seguir intentándolo, a pesar de todo. Esa debe ser la grandeza de la Unión: dialogar incluso con quiere su destrucción si con ello puede evitarse el sufrimiento de los ciudadanos.

Todo lo ocurrido demuestra también dos cosas: la primera, que la Unión ha hecho bien en empezar a corregir el tiro sustituyendo progresivamente la política de austeridad por otra centrada en el crecimiento y el empleo, como demuestran el Plan Europeo de Inversiones Estratégicas del Presidente Juncker, la flexibilidad sobre la interpretación del déficit de los estados de miembros y la compra masiva de deuda por parte del BCE, por ejemplo; la segunda, que ahora más que nunca es preciso culminar la unión política, económica y social en un sentido federal que dote a la UE de los instrumentos políticos para evitar más chantajes y de los medios presupuestarios para incidir en la realidad.

Frente a Tsipras y sus amigos, es imprescindible que los europeístas –empezando por los federalistas- permanezcan unidos en su diversidad política e ideológica, que los grandes partidos políticos europeos lo entiendan y actúen en consecuencia es clave, que también lo hagan los principales estados es esencial. Por eso, el Gobierno de Gran Coalición en Berlín (formado por los democristianos y los socialdemócratas) es la mejor noticia en estos momentos de turbulencias.

Y, en se marco, también es imprescindible que los líderes de la Comisión y del Parlamento Europeo estén a la altura de sus responsabilidades, como muchos creemos que están haciendo: negociando una y otra vez, poniendo el interés de la gente por delante de cualquier otro cálculo, respondiendo con prudencia frente a la provocación y el engaño sistemático, hablando claro cuando los mensajes tienen que ser nítidos.

Con Grecia dentro o fuera del euro o de la UE por culpa exclusiva de su Primer Ministro, esta crisis debe servir para aumentar la cohesión europea frente a tantos y tantos intereses en su contra. Europa no puede permitirse fallar. Y no lo hará.

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